¿Qué es la vida sino mus?

30 noviembre 2005

Hurgando en la red encontré una perla. Un artículo precioso sobre el mus que me llevó a pedirle autorización a su autor para ponerlo aquí y que lo disfrutéis como lo hice yo. Jordi Briñol tiene una exquisita página web dedicada al mus que os invito a visitar. Lidera un grupo de musolaris que se mueven en el ámbito de Cataluña, tienen su propio club y... ¡hasta se atreven a dar clases!.
Esto escribió Jordi, Conunpar...

¿Que es la vida sino mus?

¡¡¡Órdago a la grande, a la chica, y si tenéis, a los pares!!!
Con esta lapidaria frase, el muslari que se siente prácticamente perdido ante la escasez de puntos (amarrakos) que le faltan a sus contrarios para vencer, en clara y distante ventaja respecto de los propios, se lo juega todo. Es el final, el último suspiro agónico, el todo o la nada, ese "si muero ya me había hecho a la idea, pero como gane...", el dilema Shakesperiano del “Ser o no Ser”, un último alarde de coraje, entre el desespero y la esperanza.
¿Quién en la vida, alguna vez, no ha tenido que echar un órdago?, siendo los contrarios la misma vida o, en todo caso, aquel sujeto o circunstancia cuya decisión o desenlace nos atormenta y significa, en esos momentos, lo único importante de nuestra existencia, el todo, la supervivencia.
Probablemente todos alguna vez hemos tenido que echar ese órdago, y el que no lo haya hecho que no desespere, a buen seguro la vida le tiene preparada alguna maléfica "mano" en la que deberá "echarlas todas".
El mus, “juego de envite de origen vascongado jugado, habitualmente, entre cuatro participantes y con baraja de 40 naipes”, según la Real Real Academia Española, es un reflejo de la vida misma, la plasmación de nuestro carácter, del verdadero yo que todos llevamos dentro e incluso, a veces, desconocemos, “el hombre es hombre cuando juega”. Durante el juego salen a flote nuestras ilusiones, frustraciones, los instintos más primitivos, manías y supersticiones. La verdadera personalidad, esa que a veces ni uno mismo quiere admitir, se sienta a la mesa sin filtros ni corsés que puedan disimularla. Los cuatro lances (grande, chica, pares y juego) dan para mucho. Si te haces fuerte a la grande deberás “tocar” los pares, pero si esos reyes no llegan... tranquilo, siempre quedará “la chica”, o “el juego”, o “el punto” si crees en la sentencia: “jugador de chica perdedor de mus”.
Pero lo mejor del mus, la verdadera escuela de la vida, es cuando tras “envidarte diez” el contrario, tu le “echas doce más” (o quince, o “los dientes del choto”, que son dieciocho), sabiendo que tus cartas, una vez sobre la mesa, no ganarían ni en esa tómbola ferial, aquella en la que “siempre toca, si no un pito una pelota”. Llevas “perete”, pero tal y como van las cosas habrá que “remar”... y puede que mucho.
Si los contrarios se miran, dudan, te creen “cargado”, se interrogan un “¿cuantos me quitas?” y al final responden “son muchas para mí”, esa sensación no la suple ni la mejor de las satisfacciones imaginables, eso si que es droga y no la mierda que algunos se meten... les has “robado”, tenían mejor jugada pero se “han echado para atrás”, y ese mérito es solo tuyo, y de tu compañero claro, sin cartas, sin jugada, solo con tu coraje, o tu inconsciencia, en definitiva... con dos cojones!. Ya estás ahí, “ya llueve menos”, y encima ellos están tocados, es tu turno, solo tu eres dueño de tu destino.
La vida constantemente nos somete a decisiones en las que tenemos que “echar más piedras” de las que podríamos ganar en pura lógica y de acuerdo con las cartas que nos ha tocado jugar en este estadio de nuestras almas.
El jefe no está dispuesto a subirte el sueldo; el responsable de tu selección no lo tiene claro entre tanto candidato; la casera parece firme en no bajarte el alquiler; el vecino no piensa bajar la música; el urbano te ha pillado al pasar en rojo; el director del banco te dice que no puede mejorarte las condiciones de la hipoteca, ...
Tantas y tantas situaciones nos plantea la vida en las que, con la objetividad en la mano, no tenemos más argumentos que una clara resignación, un “a tragar”, “que sea lo que Dios quiera”, que escapan a nuestro control. Y es en tales situaciones cuando aparece el muslari, aún sin saber que lo es, aún sin haber jugado jamás al mus: “si no me aumenta tendré que valorar otras ofertas más rentables”, “le ruego me avisen pronto porque tengo varias entrevistas”, “si no se adapta a mis posibilidades me buscaré otro piso”, “como no bajes la música te pegaré cuatro ostias”, “agente, le juro que estaba en ambar, además voy a ver a mi primo, el alcalde, que me espera en el ayuntamiento”, “Sr. director, prepáreme la documentación para cancelar la hipoteca”,...
Ninguno de esos argumentos es cierto ni pensamos llevarlo a cabo, ¿como le voy a dar de ostias al vecino si me saca medio metro?, ¿dónde voy a trabajar con mis antecedentes laborales y, aún más, penales?, ¿en que otro banco van a aceptar a un miserable como yo con una nómina tan pírrica y contrato de seis meses?. Es igual, en esos momentos no se piensa en el futuro ni en el pasado, solo el presente existe, y el resto de nuestra vida dependerá de la cara de seguridad con la que echemos ese órdago...
Esa mirada fría, ese rostro inexpresivo y ese tono de voz fuerte, seguro, aunque interiormente vacilante. Seguidamente la pausa eterna, aquellos segundos que parecen minutos, horas, días completos, y al final... un resignado “de acuerdo, Ud. gana”. ¡Hemos triunfado!, los naipes que nos repartió la vida eran pésimos, no había otra opción a parte del “resignarse o morir”, pero nuestro adversario no lo sabía, se lo tragó, no tuvo el valor necesario para querer el órdago y comprobar nuestra jugada, al fin y al cabo sus cartas no eran tan buenas.
Pero... ¿y si lo pierdes?, ¿y si el tipo quiere el órdago y llevaba “ley”?. El mundo se te cae encima, jamás una frase pudo ser tan gráfica en este caso como aquella de “tierra trágame”, te conviertes en el increíble hombre menguante, quisieras no estar ahí, de hecho quisieras no haber nacido, maldices tu suerte y “tus cojones”, recuerdas esa frase adivinatoria de tu madre: “no te metas donde no te llaman”, tienes ganas de llorar aunque tu orgullo, y sobretodo el espasmo muscular múltiple, y por ende de tus lagrimales, te lo impiden... ¡¡¡a la mierda!!!, como diría Fernando Fernán Gómez.
Estas acabado, por fin sabes que se siente cuando se esta muerto, muerdes el polvo y conoces su sabor, se hace el silencio, el mundo, a tu alrededor, avanza a cámara lenta y la vida entera pasa por tu mente en diapositivas. Todas estas sensaciones son realidad cuando pierdes ese órdago de farol que acabaste de echar en “la partida buena”, todo por haber escogido un mal momento o no mostrar suficiente seguridad. Solo el tiempo, los naipes, las siguientes manos, si el desconcierto y tu estado de shock te permiten aguantar, quizás te den un suspiro, una revancha.
Es entonces, cuando medio noqueado, el Dios del mus agradece tu fidelidad, te entra “un cañón”, “cuatro barbas de primeras dadas” y encima ves de reojo un seña perdida de “duplex”. No quieres el envite a grande, aceptas 3 a chica, para despistar, a los pares metes 5, te revocan con un órdago... ¡si!, ¡te lo han echado ellos pensando que llevas “pitos”! y, de pronto, la tormenta se desvanece, de nuevo sale el sol, el cielo se abre sobre de ti, renace el ave fénix, no existe el mundo, ni la familia, ni el trabajo, ni la enfermedad, tu corazón vuelve a palpitar de nuevo... y mucho, sonríes, miras a tu compañero y lanzando tus cuatro cartas sobre la mesa sentencias con ojos de venganza... ¡quiero!, mientras tus hormonas confundidas se estimulan con el deleite que te produce observar la expresión del tipo cuyas cejas le delataron al pasar la seña.
Has ganado la batalla, pero la guerra continúa, “carpe diem”, disfruta el momento, memoriza todos y cada uno de esos instantes de gloria y, sobretodo, nunca caigas en el craso error de creerte superior, aunque lo simules, no le des al adversario motivos que recordarte cuando el viento cambie. Es el ciclo vital, naces y mueres, para volver a nacer. La clave está en que mientras vivas lo hagas dignamente, sin faltar a tus semejantes, y si es tiempo de morir, lo hagas con la cabeza bien alta... o al menos así lo crean tus verdugos. Vive estudiando tus posibilidades y escoge el mejor momento para echar el órdago a la vida, y si a pesar de ello dudas... ¡que no se te note!.

JORDI BRIÑOL

Las indecisiones

29 noviembre 2005

Dicen los que saben que la primera intención es la que vale. Cuando tienes la decisión en primera instancia de hacer una cosa, luego lo piensas, lo dudas, buscas otra opción que pueda ser más favorable y al final no sabes si hacer lo primero o lo segundo, pues ahí es cuando vas y te equivocas.
Hoy por la mañana sin ir más lejos, llegué a un sitio al que suelo ir con frecuencia y donde se aparca de pena. Un polígono industrial muy transitado y poblado de oficinas. Dejé el coche mal aparcado porque la mayoría lo está y porque el trámite no me iba a llevar mucho tiempo. Arriesgando un poco, pero no tanto como para llegar a preocuparme, como en esas partidas en que con tres golpes de suerte te pones 31 a 2 y empiezas a querer dos a grande con R7, tres a pares con dos cincos, cuatro a juego con 36, total tienes ventaja y queda poco para acabar.
La cuestión es que el trámite se estaba alargado más de la cuenta y tuve la intuición de bajar a mover el coche para aparcarlo bien y quedarme tranquilo. Luego pensé que si había esperado hasta ese momento, que más daba un ratito más. Pero inmediatamente me dije: “la primera intención es la que vale”, y bajé. El coche seguía en su sitio y en la calle un follón de tráfico y atascos que se me quitaron las ganas de moverlo. O sea, que opté por la segunda opción, dejarlo un rato más mal aparcado, total quedaba poco.
Como en la partida, que de 31-2 ya estaba en 33-15. Y pensé ver el órdago a pares con dos reyes de mano, pero lo dejé porque eran segundas dadas y aún había tiempo. Tampoco vi el órdago a chica con 115C, que me gustaba pero la cuarta carta me subía mucho. El juego con 31 de postre estaba cantado que lo ganaba, dudé porque lo habían cortado ellos y dejé que se lo apuntaran.
Ya sabéis como suele acabar esto la mayoría de las veces: ¡acabas viendo mal y obligado, pierdes la partida y la grúa te lleva el coche!

La igualdad en el mus

22 noviembre 2005

Cuando vamos a jugar una partida de mus, ¿partimos de una situación de igualdad?
Podríamos decir que originariamente la situación es de igualdad en cuanto a que seremos dos contra dos y recibiremos las mismas cantidades de cartas. Tendremos las mismas oportunidades de ser mano y las mismas libertades de decidir tal o cual cosa.
Pero cuando nos enfrentamos a dos monstruos del mus, esos que llevan un cartel en la frente que pone: “Soy muy bueno, no tienes nada que hacer contra mi”, la situación originaria es de desigualdad. El respeto que imponen estos individuos hace que las opciones de ganar sean mínimas, aún cuando el milagroso azar nos favorezca tres veces más que a ellos.
Estas desigualdades dadas no son siempre producto de una mayor inteligencia o experiencia, sino de cualidades dialécticas y analíticas. Saben qué decir, cuándo y cómo decirlo para que nos lo creamos o no, siempre logran confundirnos y llevarnos a hacer lo que quieren que hagamos. Y analizan hasta los más mínimos detalles cuando eres tu el que habla; cómo miras ahora y cómo has mirado antes, que tono de voz usas en una o en otra ocasión, si pasas hasta el postre o tomas tu la iniciativa, si bajas la vista o la mantienes, si respiras de una forma u otra.
El jugador de mus, por lo general, se considera un habilidoso en el arte de engañar y acertar, pero toda esa habilidad que luces contra tus amigos y contrarios habituales del bar, del club o de la peña, se queda en mera impotencia ante estos jugadores que mayormente son serios, no suelen hacer bromas ni reírse mucho. Ni lamentarse por las pérdidas o alegrarse por las ganancias. Son inmutables, tienen la seguridad y serenidad del que sabe que al final se llevará el gato al agua.
No te miran compulsivamente. Te dejan pasar señas y te las pillan, pero tu a ellos nunca. Su forma de ser y estar te va anulando poco a poco. Todo lo que hagas o digas te sonará ridículo. Se notará que mientes, lo sabrá hasta el camarero que está en la barra. Si quieres cuando echan, perderás. Jamás les pillarás en un cruce con buenas cartas. Siempre saben retirarse a tiempo.
Tienen una actitud metodológica. Demuestran ser depositarios de facultades superiores (intuición, fe, adivinación). Saben qué hacer en todo momento y si tienen un desacierto, siempre estará justificado. Si la suerte les es adversa, tratan de borrar esa diferencia forzando el error del contrario.Por eso... ¿somos todos iguales ante la ley del mus?. No, algunos parten con ventaja.
Son los mejores.

¿Y los jóvenes, dónde están?

16 noviembre 2005

Tito me envió este correo, que copio y pego aquí. Como no me aclaraste si era un comentario o un tema, elijo por ti y lo pongo como esto último, por si alguien
quiere hacer comentarios. Permiso Tito, te voy a quitar mano...

Tengo 58 años y he trabajado en oficinas casi toda mi vida. Deseo jubilarme para poder disfrutar de mis nietos y de mi tiempo libre. Me gusta el mus como a vosotros y siempre que puedo lo juego en el bar del barrio o en el bar del pueblo los fines de semana que voy. También me invita un amigo cada tanto para que lo acompañe a una peña que él frecuenta y donde se reúnen todos los sábados y domingos entre 20 y 30 parejas. Y ya que invitas a hablar del mus te hago esta pregunta: ¿los sitios que vosotros frecuentáis están llenos de viejos como yo? Yo donde voy, sea en el pueblo o en la ciudad, los que juegan al mus son todos mayores de edad. Es raro ver algún joven por ahí mezclado con los mayores jugando.
Un saludo.