Mediocres y Relojeros

05 diciembre 2006

Un día estábamos con Zaratustra y otro amigo esperando a Pedro para echar una partida que prometía ser de las buenas.
Hablando del cielo y de la tierra consumíamos los minutos que Makelele se estaba retrasando. Desde que había vuelto del crucero aquel, ya no era el mismo. Por segunda vez tardaba en llegar para jugar una partida de mus, cosa que en su vida nunca había sucedido. El siempre decía que llegaría tarde a su boda y a los entierros y funerales de todos sus amigos, pero que a una partida de mus jamás. Pero mira por donde, la teutona que conoció en el crucero me lo estaba llevando por mal camino.

Bueno, no quiero hablar solo por lo que he oído, esperaré a que él me lo cuente para poder opinar. La cuestión que me ocupa hoy es que, hartos de esperar a que sucediese lo que al final sucedió, invitamos a jugar aquel día a un parroquiano que no conocíamos más que de vista, pero que sabíamos de su interés por nuestras partidas porque no se perdía ninguna. Cada vez que habíamos jugado allí, se acercaba tímidamente. Al principio de pié y algo alejado, para acabar sentado junto a la mesa como si fuese uno más de nosotros. Alguna vez le hemos invitado a una copa incluso. Eso sí, el buen hombre era más callado que un sepulturero, jamás una palabra o un gesto improcedente.
- ¿Qué tal amigo, le apetece acompañarnos hoy que nos ha fallado el cuarto?, le dije haciéndole señas con una mano para que se acercase.

Noté que se sorprendió un poco con la invitación, se quedó inmóvil por unos segundos en los que solo se le movían las dos bolitas negras de los ojos. Se detenían en Zara, luego en mí, pasaban a nuestro amigo y volvían a detenerse en la silla que estaba libre. Así un par de veces, hasta que reaccionó.
- La verdad que me encantaría, para qué lo voy a negar. Pero no puedo sentarme en una mesa de mus con vosotros.
- Si es por falta de tiempo, no se preocupe que será una rápida. Entre el retraso que llevamos y lo fácil que son los rivales no tardaremos mucho.
- ¡No, que va! Si tengo todo el tiempo del mundo. No es por eso... yo los he visto jugar y la verdad que soy un jugador ‘mediocre’ para el nivel vuestro.

Estaba escrito que aquella no era una tarde para jugar al mus. A Zaratustra la palabra mediocre le espoleó. Salió de su medido mutismo y echó a galopar sobre un discurso desbocado que no admitió interrupciones.

“Mire amigo, vaya por delante que yo soy un mediocre y a mucha honra. Por el tono peyorativo con el que usted se refiere a sí mismo, intuyo que no intenta ofenderme, pero no puedo evitar corregirle.
Y me voy a referir solo a la mediocridad en el mus, que para los otros ordenes de la vida tengo una extensa teoría no adecuada para exponerla aquí y ahora.
Pero, puesto que nos disponemos a jugar una partida y usted se considera un jugador de calidad media y por eso inhábil para jugar bien o contra quienes supuestamente juegan bien, le diré convencidamente, que está usted equivocado.
En ninguna otra disciplina, juego, deporte o quehacer de la vida más que en el mus, encontrará la comprobación de que esa sensación de inferioridad, de escaso mérito con la que se estigmatiza al mediocre, es tal.
Los mediocres estamos instalados en el trampolín. Solo tenemos que decidir si saltamos sobre él para impulsarnos hacia la perfección o si nos deslizamos hacia la decadencia y la regresión.
Usted, como jugador de ‘clase media’ ya debe saber que no hay dogma establecido, ni apriorismo teórico, ni ley matemática alguna que certifique la superioridad absoluta de personas sobre otras en este juego. La experiencia es un grado, obviamente. La actitud mental también es de suma importancia. Y quién duda que la aptitud, el saber desenvolverse, el discernir adecuadamente cómo jugar unos naipes en uno u otro momento, no le va en zaga.
Pero los mediocres tenemos un arma de la que carecen los ‘perfectos’ –por llamarles de alguna manera, me refiero a esos contra los que no se atreve a jugar aún-, somos más idealistas.
Ellos están anquilosados en esa bóveda de cemento que protege su sapiencia. Juegan sus partidas con la precisión de esos especialistas en arreglar las diminutas máquinas que miden el tiempo. El fin de cada lance, de cada envite, de cada quiero o no quiero, es no cometer un ‘error’. Si pierden porque el azar, los astros y el viento han estado en contra ese día, no pasa nada. Pero si pierden porque han cometido un error, es como si les quitaran puntos en su carné de ‘relojeros’.
En cambio los mediocres tenemos la imaginación, el margen de desparpajo que nos permite improvisar más que ellos, ponerles en serios aprietos y ganarles tantas veces como ellos a nosotros. La imaginación bien aplicada puede anticiparse a la experiencia.
Nosotros tendemos a evolucionar, a ser mejores. Ellos ya han llegado y están ahí esperándonos a que les paguemos unas copas. Pero para evolucionar hay que variar, así que saquémosles de sus esquemas, echémosle imaginación, envidemos cuando hay que pasar y pasemos cuando haya que envidar.
Pongámosle ilusión, eso que a ellos tanto le cuesta. Sus conductas se rigen por la verdad exacta, las nuestras por ideales, que para regir conductas vale tanto la una como lo otro.
Los ‘relojeros’ ya han recibido la instrucción para jugar al mus: despliegan las nociones que la experiencia considera más correctas.
Los ‘mediocres’ estamos recibiendo continuamente educación de aquellos que nos sugieren un “ideal” para aplicar en el momento propicio. “Córtalo de mano con 33 y juégalo como si fuesen 31”. No necesariamente un ideal tiene que ser un hecho veraz, puede ser una visión futurista, por llamarle algo. Tiene que ser una creencia, cuya fuerza radique en influir en nuestra conducta, en convencernos a nosotros mismos primero, antes que a los demás.
Los relojeros no tienen ideales, solo caminan sobre hechos concretos, solo pisan sobre tierra firme. Los mediocres volamos de vez en cuando y los desorientamos. Y si es necesario rectificamos nuestro vuelo, aterrizamos y volvemos a volar. Pero ellos ya solo pueden andar, han dejado de volar hace tiempo.”


- ¡Oye, Zara!, -le digo en cuanto se detuvo a echar un trago-, como me has mirado un par de veces, no estarás diciendo esto por m....

Hizo sonar el vaso en la mesa interrumpiéndome, miró al mediocre y le dijo:
- Venga amigo, por favor siéntese y enseñémosle a estos pollos a volar.

Ver o no ver (Chespir)

28 noviembre 2006

Ambiwo es jugando al mus, como su propio nombre indica, ambiguo. Para los contrarios y para el compañero, porque pronuncia frases que tienen más de un significado posible (‘al tran tran sin pasarte a nada’, ‘tres pitos pero puedo mejorar’).
Y así todo el rato con expresiones ambivalentes que hacen que un extremo y otro se confundan, se mezclen, generando una incertidumbre que a la primera de cambio incita al contrario a invertir para “averiguar”, riesgo que Ambiwo es un maestro en capitalizar a su favor.
De mano siempre dice al compañero: “Tengo juego malo, así que si lo cortas tendré que echar muchas. ¡Tu verás lo que haces!”.


La maldita frase tiene mandanga. La mitad de las veces lleva juego y la otra mitad no lleva ni pares. Jugando de pareja con él, tienes la pelota en tu tejado antes de que hayas podido ver las cartas. Se las arregla magistralmente para ser el primero en hablar. Y una vez dicho lo suyo, no vas a hacer el panoli preguntando ¿lo corto o no lo corto? Ya te lo ha dicho: “¡Tu verás lo que haces!, que es lo mismo que decir: ‘si la cagas, a mi no me mires’. No obstante, es un virtuoso del juego en equipo, en su escala de valores no cabe el reprochar al compañero ningún error.
Pero para el contrario es curiosamente demoledora esa particular manera de esconder y mostrar. Genera una tentación que cautiva y amedrenta al mismo tiempo. Querer o no querer. El trastorno producido por esa amalgama de atracción y miedo embarra el deseo original, la primera intención, la actuación propia y lógica para esa situación concreta.
No es la ambigüedad en sí, sino el modo de expresarla y acompañarla con el lenguaje corporal lo que la hace efectiva ante el contrario, lo que le fuerza a formularse más de una interpretación, lo que le provoca reacciones alternativas. Lo que en definitiva produce miedo, duda y culpa, ingredientes que generalmente inducen al error.

Aquí también cabe el frecuentado consejo que suele darse a los niños cuando presencian una acción arriesgada o temeraria: “Esto jamás debéis intentarlo vosotros solos, siempre ante la presencia de un adulto”.

Traducción para aprendices y novatos: “Tu no intentes lo de la ambigüedad que, al igual que a mí, te van a pillar el 99% de las veces. Espera a sacarte el Master, o sea después de haber pasado por caja unas 150 veces”.

Juego de mentirosos (II)

27 noviembre 2006

La paradoja del mentiroso es una de las paradojas, valga el paradojismo, más famosas que se conocen.
Se le atribuye a un musolari muy antiguo, Epiménides, para más datos poeta y filósofo cretense que vivió allá por el siglo VI adC.
Epi, que iba siempre de farol, no tuvo mejor idea que decir: “Todos los cretenses son mentirosos”.
¡Y no va el tío y se hace famoso por esa frase!

Más cercano en el tiempo, tenemos a otro filósofo que hiló más fino en la paradoja del mentiroso. Falacio (ilustre jugador de mus, antepasado de Jabato) sentenció: “Todos los jugadores de mus son mentirosos”


Cuando empleamos expresiones o frases que empaquetan una contradicción, es decir que en sí mismas son una negación, como por ejemplo: “Llevo 31 con duples” o “Media de pitos y un punto que te cagas”, estamos formulando una paradoja. Pero nunca falta un compañero “paradojo” que no se entera y se da mus. ¡Pero hombre, si te estoy diciendo que tengo duples y 31! ¿Qué más quieres que te diga para que lo cortes?

Si establecemos como verdad unánimemente aceptada que un mentiroso sólo hace afirmaciones que son falsas, y si como jugador de mus afirmo que: “todos los jugadores de mus son mentirosos”, parece que la afirmación se auto contradice.

Tal afirmación no puede ser cierta ya que soy jugador de mus y por lo tanto soy mentiroso, luego, si digo que “todos los jugadores de mus son mentirosos” estoy mintiendo.

Por el contrario, si suponemos que la afirmación es verdadera, entonces estoy diciendo que “ningun jugador de mus miente”, ya que soy un jugador de mus que siempre miento.

Para aclararnos un poco, si Falacio dice la verdad, está mintiendo; si está mintiendo dice la verdad.
Con esto podemos concluir lógica y filosóficamente que el mus no es un juego de mentirosos.

¿Y si un “no” jugador de mus dice que ‘todos los jugadores de mus son mentirosos’?
¡Ese que se calle, si nunca ha jugado al mus no sabe lo que dice! O mejor todavía, que lea la página de Mecala y se ilustre.

Mi media naranja

15 septiembre 2006

Ayer jugué al mus con mi media naranja. ¡Mecaguenlalechuga! No me podía haber ido peor. Todas las partidas igual. En las dos primeras manos, solomillo o duples y los contris nada, con lo cual me ganaba las mías y gracias. El resto de las manos, a dos velas. Tratando de arañar una piedra viendo a grande con rey caballo, otra a chica con pito cuatro, cortando con juego achacoso para ver si me lo ganaba en paso. Pero al final, cuando hacía falta algo mínimamente digno para remar, ni unos miserables pares me venían.

Y lo peor, como pasa siempre en estos casos, fue que las jugadas de provecho, esas que te aumentan las palpitaciones y dices: “aquí está, esta es la mía”, terminaban siendo de provecho pero para ellos, que siempre las tenían mejores.
Acabé desquiciado, mi pareja cabreada, reproches de por qué no echaste más, por qué no lo dejaste en paso, tendrías que haber visto... y la leche en bicicleta.
¡Mira que nos llevamos bien y nos complementamos el uno al otro! Pero ayer no hubo caso, éramos como dos desconocidos, acabamos cada uno por su lado y perdiendo como jamás me había pasado.
¡Nunca más vuelvo a jugar al mus con mi media naranja!
¡Si pillo al que me dijo que eso traía suerte, se va a enterar!

Juego de mentirosos

Tomando las acepciones del verbo mentir más aplicables al juego del mus, tenemos que significa “decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”, “inducir a error”, “fingir, aparentar”.
Las otras se refieren a falsificar o romper un pacto o no cumplir lo prometido, que no vienen demasiado al caso.
Y entre los múltiples calificativos que tiene nuestro juego preferido (juego de caballeros, juego de juegos, rey de juegos), hay uno muy frecuente y universal: “el mus es un juego de mentirosos”.

“Hazte fama y échate a dormir”, decía mi abuela. Cada vez que oigo que para jugar al mus hay que ser un buen mentiroso, que el que no sabe mentir no tiene futuro en este juego, que todo se basa en la mentira, etc., me pregunto si realmente en una mesa de buenos jugadores, todos son también buenos mentirosos. Me pregunto incluso, si hay realmente algún mentiroso entre ellos.
Porque mentir en la previa no es mentir. Alardear de pares buenísimos o de juego ganador, antes de cortar el mus, es pavonearse ante el contrario en forma positiva y ganadora, lo mismo que decir que no se ha ligado ‘ni para mentir’ es darse bombo en forma negativa o perdedora. ¿Pero eso es mentir? Eso puede llegar a confundir a algún principiante, pero a un jugador ducho no le perturba en absoluto.
Otra mentira de boquilla, más elaborada o más profesional si queréis llamarla así, sería aquella en la que un jugador se pone a analizar una jugada y comenta con su compañero que está obligado a ‘robar’ esos pares o ese juego ante el riesgo de que, si se lo apuntan los contrarios y suman alguna otra cosilla que haya en paso, se salgan. Luego, el afligido por la inminente salida de los contrarios saca unos pares espectaculares y te gana.
Más de lo mismo. Cacareo usual e intrínseco del juego en si, real o adulterado, pero que no constituye una mentira propiamente dicha, salvo que nuestra credulidad no tenga instalado un cortafuegos.
Y como estos habría muchísimos ejemplos más de situaciones, todas de palabra, que rozan la frontera entre la mentira y el ‘vacilar’, typical spanish.
Pero, puesto que el mus es un juego de cartas y como tal hay que jugarlo, valga la redundancia, mentir jugando, “inducir a error”, “fingir, aparentar” mediante envites, reenvites o jugadas en paso, eso no existe. En el mus no se miente.
¿Es mentir envidar a grande con 1145? No. Bien puedo creer que gano ese lance con esa jugada, porque soy mano y los demás llevan lo mismo, por ejemplo. Más de uno dirá que finjo llevar reyes e induzco a error para el lance de pares, con lo cual estoy mintiendo. No, no miento ni induzco a nada, solo estoy haciendo algo que el reglamento del mus me permite y que es envidar, en este caso, en grande, chica, pares y punto. Otra cosa es que ese envite a mayor forme parte de un plan o estrategia previamente definida por mi para obtener determinado resultado, pero de mentira no tiene nada.
Como tampoco miente el que se juega las piedras con 33 de mano. ¿Por qué no puede pensar que el otro lleva lo mismo y estar convencido de ganar, sin que se le acuse de mentiroso? Si, ya sé que no es frecuente y las estadísticas y probabilidades no aconsejan estas actitudes temerarias, pero no llamen mentiroso a un señor que juega así, ¡por favor!
¿Y jugártela a pares con dos pitos o a juego con 33, ambos de postre?, dirán otros. Esos son casos que estarían en el límite entre la mentira y la obligación, la necesidad o el compromiso de jugar bien a esto, que para eso nos ponemos, no?, por lo tanto no miente quien hace bien su tarea, quien cumple con su obligación. En paso eso no se gana, quiere ganar y por lo tanto tiene que envidar, ese señor no miente, ese individuo cumple con su deber.
Ahora viene el listo de turno (el ser diminuto que habita en nuestros sesos y que siempre trata de desbaratar tus ideas) que me dice: ¿y cuando tienes cuatro reyes y envidas a chica? Puedes pensar que uno de los rivales también lleve cuatro reyes y le ganes de mano, pero ¿y el otro, que va a llevar? ¡Y no me digas que para eso está tu compañero, mentiroso!
¡Pues no, listo! Te digo que los lances están ahí para que alguien se los apunte. Oye, yo invito a mis contrarios para que se ganen unas piedras a chicas, pero si no quieren, que le voy a hacer, me la tendré que apuntar yo, ¿no?. Pero mentiroso tu padre, yo no he mentido, solo he intentado ser generoso.
Pues ya veis amigos, hay para todos los gustos. Pero el tono peyorativo con el que se suele decir a la ligera: “el mus es un juego de mentirosos”, no es verdad.
Y para el que tenga alguna duda, todo esto que habéis leído es mentira.

JUGANDO AL MUS: "En boca cerrada no entran moscas"

09 junio 2006

En el mus a veces juegan más las palabras que las cartas. Es muy importante saber hablar y tanto o más saber oír. Una frase con énfasis, una expresión en positivo, un gesto de confianza o una mirada inquieta manifiestan en la mayoría de los casos que se llevan buenas cartas.
“Háblame para que yo te conozca” dice el refrán.

Aplicable perfectamente al compañero cuando se está esperando una señal, un dato, un indicio que nos haga obrar en consecuencia.
“Pero no me hables tanto, que te van a conocer hasta los perros de la calle”, digo yo.
Me gusta el compañero sucinto y claro con la palabra, que juegue con alegría y sepa mentir con gracia.
Ya sabemos que en este juego, lo que decimos generalmente despierta una idea contraria de lo que tenemos. Por eso la verdad y la mentira se confunden y es difícil saber cuándo una u otra están disfrazadas. Conviene entonces juzgar la jugada del contrario NO tanto por lo que dice, sino por el tono con que lo dice. Es más fácil hablar claro y sin titubeos cuando se miente que cuando se dice la verdad.
Pero para eso hay que saber oír, como decía al principio. Oír cómo se dicen las palabras y oír lo que dicen los silencios, que cuando nadie habla se puede oír más que cuando abundan las palabras.
Yo elijo el compañero que habla lo preciso. A los bocazas los prefiero enfrente. Una palabra mal dicha puede arruinar la mejor partida.
Termino con otro refrán: “Más le vale a un hombre tener la boca cerrada, y que los demás le crean tonto, que abrirla y que los demás se convenzan de que lo es”.

La cena de Makelele (Colofón)

21 mayo 2006

  • La cena se celebró, a pesar de las ausencias del Gordo y de la Alcaldesa. Ciento veinte personas en una nave del polígono del pueblo que había habilitado el dueño del bar para la ocasión. Ningún incidente reseñable, comida y bebida en abundancia y un disc-jockey que amenizó la fiesta hasta las tantas. Previamente, a los postres, alguien acercó un micrófono a Pedro para que dijese algunas palabras. Fueron pocas y concisas, exactamente seis: “Gordo, que te den por c...”

  • Los derechos que había firmado Makelele no eran tales. Un día lo abordaron dos desconocidos de aspecto muy raro que le propusieron “reeditar la historia”, o sea repetir la partida, una especie de revancha, pero organizada por ellos y con un gran despliegue de marketing, al más puro estilo americano, como si se tratara de una defensa del título mundial de los pesos pesados o algo así. Él firmó un preacuerdo y sin leerlo, porque como siempre ha dicho, “no aprendió a bailar por no recular”. El compromiso incluía la grabación y difusión de imágenes, pero no decía nada de ceder los derechos sobre la publicación de ninguna historia, sencillamente porque no había ninguna historia que ceder.

  • Unos meses más tarde, la fiscalía anticorrupción inició una investigación en el ayuntamiento por presunta malversación de fondos públicos y se encontraron, entre otras muchas irregularidades, las facturas de la cena pagadas con dinero de las arcas municipales. Al día de hoy, la Alcaldesa se encuentra en paradero desconocido y el Gordo en prisión preventiva, disfrutando de las comidas pagadas por el Estado en Alcalá-Meco.

  • Makelele hizo la compra por primera vez en un gran hipermercado y pilló una promoción de esas que dan una llave para abrir un cofre. Le tocó un crucero por el Mediterráneo para dos personas, con torneo de mus incluido.He adelantado mis vacaciones, conseguí plaza para mi mujer y los niños y zarpamos mañana. ¡Serán las vacaciones más largas de mi vida! ¡Hasta la vuelta, amigos!

La cena de Makelele (VI)

16 mayo 2006

El segundo juego fue similar al primero, dos reyes más o menos escondidos de mano por mi parte y el gordo que le obliga al Sinfín a ver un órdago con dos reyes también, pero de postre. Una rabieta infantil que se cogió después de que Makelele me mandase cortar en la mano anterior con dos pitos y se ganase seis piedras y ellos ninguna. Se levantó de la mesa como un torbellino, sin pedir permiso y sin dar explicaciones a nadie.

Se supone que fue al baño, porque a los cuatro minutos volvió y continuamos la partida. Cesaron los murmullos nuevamente y esta vez el silencio fue total, incluido el móvil de la alcaldesa que había dejado de sonar.
El 3-0 fue más reñido y reconozco que tuvimos un golpe de suerte en una jugada encontrada con duples grandes que se llevó Makelele. Hubo un par de toses provenientes del público durante este juego que no me llamaron la atención. Sí las recordé en el juego siguiente cuando se pusieron 3-1, porque se incrementaron notablemente. Sonaban detrás de Pedro o de mí y ... ¡qué casualidad!, cuando teníamos una jugada importante. El 3-2 no tardó en llegar. Acertaron siempre en no ver cuando echábamos con jugada ganadora y en vernos las contadas veces que faroleamos. Creo que Makelele no se había percatado de nada a esta altura de la partida, pero yo ya había descubierto tres individuos situados estratégicamente detrás de él que no estaban al principio, o si estaban no me había parecido que tuviesen tantos tics. Uno se alisaba el pelo con la mano de tanto en tanto, otro se frotaba la perilla, otro se cruzaba de brazos solamente cuando hablábamos de juego y siempre que mi compañero llevaba la una. No quería imaginarme lo que estaría pasando detrás de mí, pero no era cuestión de estar dándome vuelta cada tanto para comprobarlo. Así que opté por dejar las cartas sobre la mesa mirándolas rápidamente y apenas levantándolas por una esquina.
Las tres treintaiuna que ligó Pedro en el sexto juego no cundieron para nada. El cruce de brazos era lo suficientemente elocuente para que no se metiesen a juego si no la llevaban por delante de él. Pero el azar no tiene patrones y quiso que el Gordo ligase tres reyes sota de mano, al mismo tiempo que yo llevaba tres con caballo, lo cual propició que se lanzase a grande y nos diese el 4-2 que nos puso a las puertas de gloria. Volvió a levantarse el Gordo abruptamente de la mesa como la vez anterior. El Sinfín intentó hacer lo mismo, aunque más lentamente, a su estilo. Una orden tajante de su compañero se lo impidió: “Tú no te muevas de ahí, que enseguida vengo”. ¡Si la intención del largo era evacuar la vejiga o los intestinos, mal lo iba a pasar! Makelele sonreía felizmente sin ningún tipo de preocupación aparente y cambiaba impresiones con los parroquianos sobre las incidencias del juego. La alcaldesa aprovechó el intervalo y se levantó también. Le siguieron cuatro o cinco de su séquito que estaban distribuidos estratégicamente alrededor de la mesa. ¡Sí, lo habéis adivinado! Uno de ellos era el que se cruzaba de brazos.
Ensayé mil morisquetas intentando atraer la atención de mi compañero para darle a entender por señas lo que estaba pasando. ¡Fue en vano!, se le veía exultante charlando con uno y con otro y pasaba de mí. Estiré mi mano sobre la mesa, le toqué el brazo y cuando miró le dije: “Pedro, vamos un momento al baño”.
- “¡Quieto ahí!” -, me dice. “Eso trae mala suerte, aguanta que a esto no le queda más de diez minutos”.
¡Será jodido! Ahora el supersticioso era él. Y yo sin siquiera poder decirle que al menos bajase las cartas para que no se las vean los de detrás.
Volvió el Gordo y volvieron los demás, la que no volvió fue la alcaldesa. Y tampoco volvieron los reyes durante los dos siguientes juegos. El que ligó un poco fue Pedro, pero como lo tenían controlado no nos valió para nada. En menos de un cuarto de hora nos habían igualado: 4-4.
Yo ya estaba desquiciado y Makelele se había puesto serio. Era el último y decisivo juego. A fuerza de cortar, pasar y no meternos a sus envites fuimos llevando el tanteo controlado hasta ponernos 35 a 35. Lo corta el Gordo de mano y se pasa a grande. Miro mis cartas a hurtadillas y me veo solomillo. Makelele me marca dos pitos, así que la cosa estaba en los pares o el juego. Le indiqué que pasara a grande y fijé la vista en el Gordo para ver si podía sondear algo en su semblante. Pero que va, tenía el gesto de ganador que sólo te da una buena jugada, a estas alturas y de mano.
Yo también estaba tranquilo porque si su jugada eran 31, posiblemente estuviese fuera antes con mis medias y los pitos de Makelele. Mucha desgracia sería que nos quitasen una de grande o de chica.
Pero la sangre se me congeló cuando vi una cara conocida detrás del gordo. Un moreno de mediana estatura vestido con mono azul: ¡el Válvulas!. Me miraba fijamente y cuando crucé fugazmente mi mirada con la suya, noté un leve movimiento de sus dos cejas. ¿O me pareció a mí? ¡La verdad que al día de hoy no lo sé, porque no lo he vuelto a ver al hombre! No quise volver a mirarlo, bajé la vista y empecé a creerme la posibilidad de que el Gordo llevase duples, como efectivamente resultó ser. Solo soñaba con oír el dulce “pares no” de la boca del Sinfín. Y el sueño se hizo realidad. Solo había pares en la mano. Levanté mis cartas ostentosamente para que el soplón de turno le pasase mis medias al Gordo, que soltó un órdago a pares convencido de que se los iba a ver.
Ya no había dudas de que llevaba duples. Busqué con la mirada nuevamente al Válvulas, pero había desaparecido como por arte de magia. Makelele estaba desconcertado y me miraba como diciendo: “A no ser que saques un conejo de la chistera, esto está acabado”. Le sonreí, con la tranquilidad de saber que teníamos la partida ganada. Le dije que llevaba medias de reyes pero que no iba a ver. Se quedó como una estatua, eran primeras dadas pero sabía que podía confiar en mi.
El que no lo entendió fue el Gordo cuando vio que se quedó a falta de una con el porque no a pares y nosotros nos salimos con grande, chica y las tres de juego.
El ¡ooooohhhh! del público retumbó en los cuatro rincones del bar. Un fuerte puñetazo en la mesa por parte del Gordo hizo saltar los amarracos y las cartas.
Volvió a levantarse airadamente por tercera y última vez. Se retiró como llegó, sin saludar siquiera. Makelele y yo nos pusimos de pie y nos estrechamos la mano, felicitándonos mutuamente. Lo mismo hicimos recíprocamente con el Sinfín.
Comenzaron a aparecer caras conocidas entre el público: mi mujer y la madre de Makelele agitaban los brazos saludándonos. Y más al fondo, cerca de la barra y casi en puntas de pie, rebosante de felicidad y con la misma sonrisa desdentada que su hijo, el padre de Makelele nos felicitaba con un gesto elocuente.

La cena de Makelele (V)

08 mayo 2006

Detrás de ella ingresó una comitiva de ocho o diez personas, entre las cuales estaba “el Gordo”. Luego supe que era él, al principio pensé que se trababa del jefe de los guardaespaldas de la alcaldesa.
Fuera continuaba el bullicio. El cuñado de Makelele no había escatimado dinero en chucherías y se trajo hasta la puerta a un porrón de chavales con pancartas que animaban la fiesta al grito de ¡Gordo! ¡Gordo! Oe oe oe...


Si la llegada del gordo y la alcaldesa fue un verdadero circo, no menos desapercibido pasó el arribo del “Sinfín” apenas un minuto más tarde, que se había trajeado como si de una boda se tratase, seguramente inducido por su jefe y compañero.
Entre el jaleo de sus incondicionales, se agachó para no darse en la cabeza con el marco de la puerta de entrada y se dirigió directamente hacia la mesa para tomar asiento a la derecha de la alcaldesa. Obviamente, era una jugada ensayada, así el gordo se colocaba enfrente de ella.
Makelele tomó asiento entre ellos dos poniéndose de mano del gordo, por lo cual este quedaba a mi izquierda y, entre el Sinfín y yo, la alcaldesa.
No hubo el menor intento de hacer presentaciones, así que me pareció correcto estrechar la mano de la funcionaria en primer lugar, auto presentándome. La mujer me sonrió amablemente y correspondió el saludo. Luego estreché la diestra del Sinfín y cuando estiré la mano para saludar al Gordo, giró la cabeza hacia la barra haciendo señas al camarero para que se acercase. En realidad, no dejó de hablar con uno y otro de los presentes, ignorando a los que estábamos en la mesa incluida la regidora.
Makelele cogió el mazo que estaba sobre la mesa y comenzó a barajar. Luego lo partió en dos enseñando el dos de copas. Dijo 'oros' señalando al gordo y 'copas' señalándome a mí. - ¡Das tú! -, me indicó, acercándome las cartas.
- ¿A cuántas vamos? -, preguntó el Sinfín.
- A cinco juegos de cuarenta, el que llega a cinco primero gana. -, contestó el Make seca y rotundamente.

El vocerío comenzó a apagarse hasta convertirse casi en silencio. Yo comencé a mezclar. La alcaldesa hablaba por el móvil. El Sinfín ya me había dado dos patadas por debajo de la mesa y todas las miradas parecían apuntar hacia mí. ¡Valdano tendría que haber estado en mi silla para saber lo que es verdaderamente el miedo escénico! ¡Qué Bernabeu lleno ni leches!
Poco a poco me fui soltando, me fui metiendo en el precioso juego del mus, que es el mejor bálsamo contra cualquier estado de excitación. Promediando el primer juego y siendo mano, le paso seña de duples de primeras dadas a Makelele. Él me dice: “si llevas buenos pares, lo corto con mi punto”. Yo respondo: “dos cuatros te doy”.
“Entonces mus, que yo no pongo ni pares”.
El Gordo de postre no dudó en cortarlo. Cuando llegamos a pares solo teníamos él y yo, que como mandan los cánones, los dejé en paso. ¡Oh, sorpresa cuando me mete cinco! El cielo empezaba a aclararse. Dos a grande que no vimos, tres a chica que tampoco y ahora cinco. “No sé qué opinas tu, Pedro, que los conoces más... pero a mí me huele que lleva dos pitos y está echando fuerte para que no vea”, le dije a mi compañero. Yo deseando que llevara tres pitos o tres cosas de lo que sea, porque mis duples eran del montón, pero intentando hacerle creer que me gustaban mis dos cuatros. “¡Hombre, lleva dos pitos como la copa de un pino! Eso lo saben hasta los tontos esos que están metiendo bulla ahí fuera”, dijo el Makelele en alusión a los tifossi que había traído el gordo para que le jalearan. “No sé, creo que me voy a dejar engañar”, respondo siguiendo con el paripé. “Haz lo que quieras, pero si yo tuviera pares, le meto un órdago que se va a cagar”, dice Make con énfasis. La alcaldesa le regalaba una sonrisa a alguien del público, ignorando el taco de mi compañero.
“¿Tú crees?, bueno... pero voy a echar solo cinco más, por las dudas”, ya había calculado que eran las que me faltaban para salirme. Tal como dijo mi compi, se comió el quesito y cayó en la trampa con sus tres pitos. 1-0 para nosotros.
El gordo encendió un puro mientras yo barajaba para comenzar el segundo juego. El Sinfín se acomodaba el pañuelo que colgaba del bolsillo superior de su chaqueta. Makelele se hurgaba la oreja con el meñique de la mano izquierda a la vez que se reclinaba sobre su silla, señal que de momento estaba tranquilo. Y la alcaldesa no paraba de cambiar el cruce de piernas, desprendiendo una fragancia agradable de perfume caro que me estaba poniendo como una moto.

La cena de Makelele (IV)

19 abril 2006

Superado el sinsabor que le produjo a Makelele la desleal actitud de su tía Remigia, nos pusimos en marcha hacia el bar decididos a enfrentarnos al Gordo y su primo, con una mezcla de resignación y optimismo.

El optimismo lo ponía él, que seguía convencido de que la partida era puro trámite, como si jugásemos contra dos novatos: “El gordo se traga todo, solo hace falta ponerle un trocito de queso y cae en la trampa las veces que quieras. Y el flaco es lo que le diga su amo, no se atreverá a contradecirle”.
La resignación corría por mi cuenta. Ya estaba metido hasta las cejas. Rogaba por dentro para que el Make tuviese razón y todo aquello fuese un simple trámite... pero algo me decía que no iba a ser así.
Cruzamos la plaza del pueblo en diagonal para acortar camino.

- ¡¡Aaayyy payooo!! Déjame que te eche la suerte, mi arma.

La gitana nos siguió un par de pasos insistiendo en leernos las manos. Con lo cagao que iba, solo me faltaba que me echara una maldición por no darle coba. La ignoramos y apuramos el paso. Entonces canturreó:

“Mi mare me lo esía:
vas a tener mushos males
si te fías de chabales
que tienen malas partías”

Cogí a Makelele del brazo y lo detuve en seco.

- ¿Has oído? Ha dicho algo de la partida
- ¡Vamos hombre! Que esta gente no tiene un pelo de tonta. Habrá oído algo en el pueblo estos días...

¡Qué pueblo ni leches! Yo no creo pero que las hay, las hay. Contra la sugestión no puedo luchar. Es como cuando alguien compra un billete de lotería delante de mí, si no consigo el mismo soy incapaz de dormir hasta que pase el sorteo (y compruebe que no ha tocado, por supuesto). Ya me veía a la gitana soltando una maldición y así no podía ir a jugar. Estaría comiéndome el coco toda la tarde. Entonces me volví hacia ella.

- Gachó, que tienes cara de preocupao... tus sacais me lo dicen... y la causa de tu doló es er dinero.
- De su doló, del mío y del de mogollón de gente, ¡no te jode con la adivina! -, oigo que suelta el Makelele a mis espaldas.

Me di la vuelta y le propiné un empujón que lo apartó un par de metros, mientras con la mirada amenazante le decía: ¡Ahora cabréala y te mato, mamón!
A continuación, le tendí la mano y la dejé hacer.

- scucha bien lo que te via disí: jasta er rabo to es toro, no güervas a este pueblo en musho tiempo, hoy te van a queré camelá pa quitate los cuartiyos, la perdisión del parné está prontita, pero tu currela que tu garlochí es grande pa está metío en la carse, muéstrales tus piños que jarán un carrí sus pinreles de dir y venir...

Como no entendía nada, no sabía si aquello era bueno o malo. Pero tampoco tenía mucho interés en entenderlo, no sea que fuese malo. Excusándome por llevar prisa, retiré mi mano poniendo un billete de 20 en la suya y me alejé con Makelele a paso ligero.

El bar era un hervidero de gente. Había que abrirse paso a empujoncitos y disculpas. A la primera de cambio perdí a Makelele de vista, todos intentaban acercarse a él y hacerle algún comentario. Por fin encontré un hueco cerca de la barra y me pude quitar la cazadora. Tenía a mi lado a un paisano vestido con un mono azul que me tendió su mano de piel curtida y uñas renegridas, como para estrechar la mía. Se la dí. “Usted es el compañero de Pedro”, me dijo. Ahí recordé que Make se llamaba Pedro. “Yo soy el Válvulas, el mecánico.” Ya tenía alguien con quién distenderme un poco. Muy simpático el hombre, me ayudó a sobrellevar el momento de soledad en medio de tanto bullicio, hablando de todo un poco menos de mus.
Vi que el bar estaba libre de mesas, excepto una con tapete y cuatro sillas en el centro del mismo. Como era de suponer, ahí jugaríamos la partida y el resto de la gente se agolparía de pié alrededor de ella. Pero me llamó la atención un sillón individual de cuero blanco que estaba colocado cerca de la mesa. “¿Y ese sillón?, ¿no pensarán poner un juez?”, pregunté al Válvulas. “No, ese es para la alcaldesa”.
No terminó de decirlo cuando noté que todo el mundo se acercaba a los cristales de la ventana a curiosear. Me puse en puntillas estirando el cuello lo máximo posible y divisé un coche de gran cilindrada con cristales oscuros que estaba aparcado en la puerta y mucha gente rodeando a una mujer que no dejaba de sonreír y saludar con la mano en alto.
Le abrieron paso inmediatamente, entró y se sentó en el sillón.


La cena de Makelele (III)

13 abril 2006

Menos mal que el “Sinfín” todo lo que tenía de tonto lo tenía de pacífico. Una vez de pie, abrió los brazos y encogió los hombros en un gesto de “yo no sé nada”. Acto seguido volvió a sentarse, tan lentamente como se había erguido. Volví a la realidad y antes de que aquello pasara a mayores, cogí a Makelele del brazo y lo arrastré hacia la puerta de salida.
Ya en la calle, de camino a su casa, le pregunté: “¿y qué piensas hacer?”.
- No te preocupes, esto es un lío mío, tú acompáñame a jugar que tendría que ocurrir un cataclismo para que estos dos nos ganen. Y si así fuese, eres mi invitado.


¡Más te vale!, pensé. Como tenga que ayudarte a pagar una cena para ochenta personas ya me veo dejando el coche en prenda al dueño del bar y volviendo a casa en el carrito de la Harley con mi mujer y los niños.
Comimos como reyes, los padres de Make se esmeraron en atendernos y vi a mi mujer contenta, cosa que me tranquilizó un poco. La madre le había organizado la tarde, con visita a la iglesia y otros sitios, así que inmediatamente después de los postres se fueron con los niños. El padre se quedó, nos puso un café y se sentó a compartirlo con nosotros. Entonces habló de la partida. Me extrañaba que no lo hubiese hecho antes, sabiendo que era un excelente jugador de mus y que estaba perfectamente enterado a qué veníamos.
- No he querido hablar de esto delante de tu madre para no preocuparla, pero buena la has montado -, le dice a su hijo.
- Eso díselo al cabrón de tu yerno.
- No digas tacos, que sabes que me molesta. El pueblo ha sido un hervidero toda la semana. Nadie hablaba de otra cosa que de la partida, allí dónde fueras. Pero la cosa se ha desmadrado, una cosa es la partida por el café y las copas y otra la locura esta de jugarse una cena para tantísima gente.
- Padre, eso ha sido un arrebato mío, lo reconozco. Me jugué una cena pa los cuatro gatos que había presentes, porque el mamonazo del “Gordo” me tenía hasta los mismísimos con sus bravatas y fanfarronerías. Pero toda esta parafernalia yo no la he montado. Ese tunante se trae algo entre manos, me lo veo venir.

Me pareció oportuno proponer una huída elegante y estaba seguro de que contaría con la aquiescencia del padre de mi compañero:
- Yo creo que es un farol para impresionarte. No existe tal lista ni habrá semejante cena. De cualquier forma, creo al igual que tu padre, que esto se ha salido de tono y lo mejor es dejarlo, buscar una excusa y aquí no ha pasado nada. Puedes ponerme a mí por delante si quieres...

Me interrumpió el padre, mostrándome la palma de su mano derecha con los dedos juntos hacia arriba, en señal de stop.
- ¡Ni lo soñéis! Está en juego el honor de los Escudero. Hay testigos de que has hecho una apuesta-, enfatizó señalando a su hijo, para luego continuar...
- Tienes que acabar lo que has empezado. No voy a poner las manos en el fuego porque lo de la cena no sea un farol, pero las apuestas que se están haciendo no son broma. ¡Y estáis 15 a 1, que lo sepáis!
- ¿15 a 1? ¿Y eso qué es? -, preguntó Makelele mientras mis pulsaciones subían a 3.200 pm.
- Eso es que por cada euro que se apuesta a favor nuestro te pagan 15 -, intervengo con el último hilo de voz que me queda.
- Bueno, al menos estamos como favoritos, ¿no? -, dice el bruto de Makelele.
- No hijo, no. Aquí todo el mundo está seguro que va a ganar el Gordo, por eso se paga tanto si ganáis vosotros. Yo me enteré por tu tía Remigia, que se ha jugado todos sus ahorros.

¡Makelele no era más ingenuo porque no tenía tiempo de entrenarse! Mientras a mi me sudaban hasta la planta de los pies por los nervios, a él se le llenaba la cara de esa sonrisa desdentada, que me daban ganas de cogerlo por el cuello...

- ¡Esa tía linda! Se va a forrar gracias a mí. Soy su sobrino preferido, ella siempre confió en mí. ¡No la voy a defraudar!
- Hijo... mira... resulta que... a ver... la tía... se lo ha jugado todo a favor del Gordo.

¡Se hará justicia!

11 abril 2006

Acabamos de recibir una orden judicial que nos autoriza a seguir publicando la historia de la cena, sin perjuicio de que continúen las investigaciones que es lo que más nos interesa. Esto debe llegar hasta el final. Resulta increíble que cosas así continúen sucediendo hoy en día en nuestra sociedad. Desde aquí abogamos por su erradicación definitiva.

Por secreto del sumario no podemos decir nada más, pero todo se sabrá. Al final se sabrá la verdad. Una vez más apelamos a vuestra comprensión y paciencia.

Disculpas

05 abril 2006

Siento comunicaros que no podré seguir con la historia. Makelele no me había informado que tenía vendidos sus derechos a una productora (que para no tener problemas legales evito mencionarla). Me ha pedido que suspenda el relato. Le han amenazado con no pagarle un duro si publicábamos una sola línea más.
Espero que lo sepáis comprender. Os pido mil disculpas.

La cena de Makelele (II)

03 abril 2006

Ya no podía echarme atrás. Le había visto el envite a grande y no podía decir que no a pares. Si hubiese esperado unos segundos a que me contara el motivo, no se yo... ¡olía que me estaba metiendo en un embolao de los gordos, nunca mejor dicho!
El viernes por la noche me acerqué al bar que frecuentamos, para ver cómo íbamos y a qué hora quedábamos para el día siguiente.
- “Voy a ir con mi esposa y los niños para que echen un rato por ahí mientras jugamos. ¿Te recojo con mi coche y te vienes a comer con nosotros? De paso nos asesoras sobre qué sitios pueden visitar, si hay algo con caballos les va a encantar.”
- “Te agradezco la invitación, pero yo me voy a ir por la mañana temprano en la Harley Davidson, que tengo que llevarle unos muebles a los viejos. Además necesita una puesta a punto y solo dejo que le meta mano “el válvulas”, él la entiende como nadie. Pero te vienes a comer a casa, que si la vieja se entera que has venido al pueblo y no te llevo a comer, me mata”


La “Harley” de Makelele era una Derby Variant del 81. Tenía más kilómetros hechos que el Fugitivo y el Correcaminos juntos. El válvulas era el mecánico del pueblo, que cada dos o tres años le hacía un remiendo a la moto para que siguiese funcionando otro tiempito y así llevaban cuarto de siglo ya.
¡Pero lo de comer en casa de sus padres! ¡A ver cómo se lo explicaba a mi mujer, que no contaba con ello y conociéndolos, yo sabía que no se los quitaría de encima en toda la tarde! El Makelele es así, igual que jugando al mus, te mete un órdago cuando menos lo esperas. El factor sorpresa lo maneja como un profesional. Este órdago de comer en su casa del pueblo lo tenía que ver, no había más remedio. Conocía a sus viejos (me los presentó una vez que vinieron a la ciudad a verle y me los encontré otras tantas paseando por el barrio) y son una gente encantadora, abierta, su casa es tu casa, no te dejan respirar con las atenciones y las deferencias que te brindan. ¡Una delicia de gente, cómo la mayoría de la gente de pueblo! ¡Si digo que no, seguro que se me aparecen todos en el restaurante mientras estoy comiendo y nos llevan en andas a su casa! Mejor evitar el numerito y decir que sí.

Mi mujer se había apuntado para ir al pueblo con los niños porque leyó en un periódico que tenía una iglesia antigua y en unas excavaciones que estaban haciendo hallaron restos de una sepultura visigoda con esqueletos y todo. No sé por qué le atraen esas cosas, si entiende de ellas tanto como yo de física quántica. Pero en estos casos es mejor acompañar la jugada, sin tocar ni averiguar nada, si no echa ella... yo tampoco: “¡Qué interesante, me hubiese gustado poder acompañarte!”.
- “¿Dónde vamos a comer? ¿Te ha hablado tu compañero de algún sitio agradable? ¡Si no, ya sabes que los niños con un McDonald’s van que chutan!
- “¿Mc Donald’s? Sí, y luego te vas de compras al Corte Inglés. ¿Pero a dónde crees que voy a jugar al mus, a Marbella? Es un pueblo, mujer. ¡Un pueblo, pueblo! Ahí lo más moderno que vas a ver son los esqueletos de los visigodos esos de la iglesia.”

Me reservé el sitio de la comida dando largas y mareando la perdiz. Era cerca y llegaríamos pronto. Una vez allí, Makelele y sus padres harían el trabajo por mi y convencerían a mi mujer. Es lo que comúnmente se denomina “política de hechos consumados”. Salió bien. Llegamos un rato antes de mediodía. Los niños absortos jugando con los perros y las gallinas y los padres de Make abduciendo a mi mujer con sus atenciones. Mi compa me apartó cogiéndome del brazo e insinuándome que teníamos que ir al bar a tomar una cervecita... “así conoces el escenario de la batalla y te vas ambientando”.
Nos escapamos al primer descuido. Caminamos dos calles y llegamos al bar. Estaba bastante concurrido, pero el murmullo cesó ni bien entramos. Creo que ni Ronaldo hubiese llamado tanto la atención como yo. Me miraban de arriba abajo como si hubiese entrado allí el mismísimo Papa.
Ordenamos un par de cañas y mientras nos servía, el dueño del bar comentó: “Espero que tu compañero trabaje en un banco”. “¿Por qué?”, preguntó Makelele. “Porque la cena va a ser cuantiosa, ¿quieres ver la lista?”
En la lista había tres veces más de la gente que podía caber en ese bar. Todo el mundo se apuntó, los que estaban ese día y los que se enteraron durante la semana por los corrillos. Incluso familias completas. Por estar, estaba hasta el hermano del “Sinfín”, que le habían dado el alta el día anterior después de llevar dos semanas ingresado. “¡me cago en todas tus muelas, jodio desgraciado! ¿esto qué cojones es?”, gritó el Makele indignado, “¡pero si está hasta la alcaldesa!”. En ese momento se me derramó media caña sobre la camisa. Hubiese querido salir corriendo, pero las piernas no me respondían. No las sentía, como Rambo. “¡Oye, que yo no se nada! A mi la lista me la pasó tu cuñado, y cada día me traía una actualizada. Espero que esta sea la última, porque no veas la de viajes a la ciudad que me he tenido que dar para actualizar el género”, se defendió el del bar.
“¡Hijo de una gran puta, se va a enterar ese gordo de mierda!”, vociferaba el Make mientras enfilaba hacia un rincón del bar donde había un tío sentado, que con las piernas estiradas ocupaba dos mesas. Era el “Sinfín”. “¡Tú, tonto el culo! ¿No habíamos quedado que era una cena para los presentes? Había doce o catorce como mucho. ¿Cómo es que ahora hay ochenta y cuatro?”, le increpó enérgicamente mi compañero.
El “Sinfín” se puso de pie lentamente. Con sus dos metros veinte de estatura le sacaba medio metro a Makelele. Yo ya no sentía ni las piernas, ni los brazos, ni las pestañas. En un segundo me imaginé la escena de un bar del oeste americano, sillas rotas, mesas patas arriba, botellazos en la cabeza y mi compañero y yo con siete costillas rotas...

La cena de Makelele (I)

31 marzo 2006

Esta vez fue Makelele el que vino al postre: ¡Por favor, tienes que jugar una partida conmigo el sábado!
No procedía preguntarle dónde, contra quién, por qué, para qué... nada: ¡Por supuesto Make, cuenta conmigo!
Después del “favor” que me hizo acompañándome a aquel torneo de beneficencia no podía decirle que no, ni ponerme a buscar excusas tontas. Además, es un placer jugar al mus con Makelele, siempre lo digo.
Pero no tuve que hacerle ninguna pregunta, él mismo se despachó enseguida con la información: “Es en mi pueblo, este sábado por la tarde, contra mi cuñado y su primo. Está cerca, media hora para ir, media para volver más hora y media para pelar a esos dos pollos”

Resulta que Makelele sentía una recóndita animadversión hacia su cuñado, según él fundada en la petulancia y el engreimiento que “el gordo” transmitía allí dónde y con quién estuviese. Le había ido bien con el cemento y los ladrillos, tanto que el ochenta por ciento de las naves del polígono eran suyas, tenía la mejor casa del pueblo más otras cuatro que alquilaba y la cuenta corriente no era precisamente eso; según Make era una cuenta aumentante y constante. Con todo eso se había vuelto un fanfarrón, claro. Y en el pueblo no lo tragaba nadie, salvo los tres o cuatro lechones que mamaban de su teta.
Uno de ellos era “el sinfín”, su primo, con el que iba a jugar de compañero. Lo llamaban así porque era altísimo y delgadísimo, tal como os lo digo. Makelele me lo describió de esta forma: “Es largo y fino como el pedo de una serpiente. Juega algo mejor que el gordo pero es tonto del culo. No hace nada sin consultar”. Lo tenía el gordo empleado en alguno de sus negocios y lo usaba de sumiso acompañante para jugar al mus.
La partida había surgido a consecuencia de una de las tantas agarradas que tenía Makelele con su cuñado. Porque yo esto, porque yo lo otro, porque esto no es así, porque tu no sabes, porque a mi si, porque a ti no... Todo esto hablando de generalidades y chorradas, pero cuando llegaba el tema del mus, ahí ardía Troya. Las posturas eran irreconciliables y en el ciento diez por ciento de las veces, enfrentadas.
El gordo no se cortaba un pelo y delante de medio pueblo decía que su cuñado no tenía ni idea de mus y que se lo merendaba las veces que él quería.
Hasta que el fin de semana pasado se le inflamaron las carótidas a Makelele, se le inundó el cerebro de sangre hirviendo y soltó a viva voz, en medio del bar repleto de parroquianos: “¡El sábado que viene, aquí mismo y a esta misma hora, si tienes cojones, nos jugamos una cena para todos los presentes!
El dueño del bar, que estaba de espaldas detrás de la barra pasando una bayeta por las baldas, en milésimas de segundos y como por arte de magia apareció delante de la barra, boli y libreta en mano, diciendo: “Irme dando los nombres, que haré una lista de todos los presentes para saber la cantidad de género que tengo que ir comprando”. ¡Ni lerdo, ni perezoso!. El tío estaba amarrando el negocio y dando por sentado que la cena se haría en su local, como así fue...

Los 7 errores (Parte V y última)

10 marzo 2006

37-39

Última mano. Silencio. El cigarrillo encendido de Zaratustra se consume en el cenicero. Dividendo ha abierto sus cartas en abanico y las ha vuelto a dejar boca abajo sobre la mesa. Trinidad se ha cruzado de brazos y mira a los contrarios esperando un desenlace, no ha visto sus cartas aún.
Zara se inclina sobre el tapete, mira una y otra vez el tanteo y entre el humo de la última calada le pregunta a su compañero:

¿Cómo vamos para grande?
Dos reyes – canta Conunpar.
Trinidad mira sus cartas.
La chica y los pares los tenemos seguros – sentencia Zaratustra.
Si llevan mejor grande cortarán ellos. Habrá que cortar entonces – dice Conunpar.
¡O tal vez no! – razona Zaratustra -, lo que yo llevo no puede empeorar, depende de si lo suyo
puede mejorar o está bien así. Piense que si no hay pares se define todo en la última baza.
Y un mus aumentaría la posibilidad de que lleven pares, que es lo que necesitamos.
Pero también corremos el riesgo de que mejoren a grande – añade Conunpar.
Eso es lo que tiene que valorar usted, en función de las dos cartas que acompañan a sus reyes,
compañero. – contesta Zaratustra.

Vuelve el silencio. Conunpar se quita las gafas y las empaña con su aliento. Coge un pañuelo de papel y las limpia. Se las vuelve a colocar. Mira las cartas de sus contrarios sobre la mesa y rompe el silencio.

¡MUS! – dice en voz alta.

Trinidad vuelve a mirar sus cartas con la esperanza de no ver las mismas que ha visto la primera vez. Las deja nuevamente sobre la mesa y dice:
Compañero, tiene tres oportunidades para salirse. Dígame cual de ellas es la mejor y si le
parece, levamos anclas.
¡Hummmm, deduzco que usted no tiene fuerza ni para coger los remos siquiera, ¿me
equivoco? – le comenta el Divi con media sonrisa.
No va mal encaminado, para qué le voy a engañar...
Pues visto lo visto y oído lo oído, si sus pares no son...
Yo no llevo pares – interrumpe Trinidad.

Como no hay dos sin tres, el silencio vuelve a campar. Ahora es Dividendo el centro de atención, tanto de los contrarios como de sus propios compañeros. Entrelaza los dedos de sus manos, fija la vista en Conunpar durante una docena de segundos y responde:

Pues dadas las circunstancias, eso puede ser hasta positivo. Si no opina usted lo contrario,
le diré yo cuándo querer, ¿le parece bien?
¡Que se hable la mano! – ordena Trinidad asintiendo con la cabeza.

Se llega al punto 39-39.


Los 7 errores (Parte IV)

25 febrero 2006

Ya estamos en la quinta mano y la cosa se ha puesto prieta. C/Z están a falta de 6 piedras, mientras que D/T tienen la ventaja de ser mano y quizás, la última oportunidad de hacerla valer (necesitan 14 para salirse).
“Llevo pares del montón compañero, pero me los gano seguro” dice Trinidad después de pillar la imperceptible seña de duples de Divid.

Quinta mano, los naipes caen así: Trinidad (7751), Zaratustra (RR11), DiviD (RR44), Conunpar (RC64).
Reparte Conunpar.
“¡Que se hable la mano!”, ordena Divid.
Pasa la mano, pasa Zaratustra y Divid envida 2 a grande. El postre ofrece RC para ver una piedra y Zaratustra cierra sin decir más.
La chica queda en paso.
“Los pares me los juega usted, compañero” dice Trinidad pasando hasta su postre. Zaratustra envida 3 y Dividendo revoca con 4 más. Se ven 7 a pares.
El punto llega en paso hasta Conunpar. Consulta con su compañero que tiene seña de 30. “Envide 2 que hay margen y si se enfadan, ya vemos”
No se ve el envite a punto.

D/T; ganan 2 de grande, 7 de envite a pares, 1 de pares y 3 de duples, total 13
C/Z; ganan 1 de chica, 1 de porque no a punto y 1 de punto, total 3
Tanteo: D/T, 39 - C/Z, 37

Perfume de mujer

09 febrero 2006

- “¡El mus no es para ti, mujer! ¡No es tan fácil como parece!”
- “¡No digo que sea fácil, pero Paquita juega con su marido y Merche hasta se apunta al torneo de la semana grande en el club con su cuñado!”
Él jugaba mucho, en calidad y en cantidad. Una partida diaria como mínimo entre semana y el finde las que cayesen. Todos los mediodía entre lunes y viernes, comida con clientes o compañeros de trabajo y partidita de postre. Dos o tres noches en día hábil después de cenar, escapada al bar de la esquina para la partida por la copa con los amiguetes. Los sábados y domingos mini torneos con los de la peña en Pinto, desde las cuatro de la tarde y hasta acabar, a veces más de las doce de la noche. Y eso cuando no tocaba algún torneo grande, de más de setenta parejas y una semana de duración.
Ella se había consagrado a la crianza de los tres hijos con aplicación y desvelo, sin descuidar la asistencia de los detalles más importantes de la pareja. Con los críos ya no tan críos y prácticamente volando por sí mismos, sentía la necesidad de volcar la energía sobrante en agradar y compartir más cosas con su marido. Y qué mejor que implicarse ella también en algo que tanto le apasionaba a él: jugar al mus. Estaba dispuesta a aprender para poder acompañarlo, así disfrutaban juntos. En casa de sus padres siempre se había jugado al mus y su hermano mayor, que era muy paciente, la inició durante la adolescencia en los fundamentos del juego. Pero era consciente de que para jugar con su esposo tenía que aprender más, mucho más. Por eso le pidió que le enseñara.
- “El marido de Paquita no sabe jugar, no me extraña que juegue con su mujer. Y Merche juega el torneo del club porque ahí juega cualquiera, ¿no ves que es para recaudar fondos para la subcomisión de fiestas?, ¿tu has visto alguna vez a Jesús, a Chencho o a mi jugar ese torneo?”
No hacía falta insistir más. A buen entendedor, pocas palabras bastaban. No en vano le había acompañado a decenas de cenas de entrega de premios y a no menos mini vacaciones para jugar torneos en Benidorm, Santander, Sevilla o Tenerife. En esos ambientes percibió la escasa participación de la mujer. Algunas había, pero eran casos aislados. La mayoría eran hombres y para ellos jugar de vez en cuando contra alguna mujer era un mal necesario que pasaba pronto.
Pero jugar con la mujer de uno mismo, de compañero en bares, peñas, torneos, como ella pretendía, parecía impensable. A no ser, claro, que tuviese unas cualidades extraordinarias para el juego y convenciese a su marido de que estaba a su altura, o más.
Ella era de esas personas que no se entregan fácilmente ante la primera dificultad. Y esto no iba a ser una excepción. Comprendió que su condición de mujer, más que la de esposa, era un impedimento para jugar al mus junto a su marido. Estaba segura que si eso mismo se lo pedía su hijo mayor, no habría ningún inconveniente.
Algunas cosas fueron cambiando después de aquella conversación. Entre semana, cuando él bajaba al bar a echar la partida de después de cenar, ella le advertía que tal vez llegase más tarde porque iba al cine o al teatro con una amiga. Los fines de semana, mientras él apuraba los mini torneos con la peña, ella asistía a talleres. También encontró una excusa para no acompañarle a los dos últimos grandes torneos.
- “He pedido un adelanto de vacaciones para el mes que viene. Voy a participar en el Campeonato Absoluto de Mus de España. Podrías acompañarme, es en Granada y tienes muchos sitios para distraerte”.
- “Faltan tres semanas, tendré que arreglar unas cosas pero me encantaría ir”
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La amable ciudad de Granada destilaba su embrujo sobre los asistentes al Campeonato. Esa escultura del pasado de la que dicen que cuando se entra en ella ya no se puede salir, que se lleva siempre en el recuerdo.
Había mucho bullicio en el hall del hotel donde se exponían las listas con los cruces.
- “¡Mira, esta se llama como tu! ¡Qué casualidad!”
- “¿Casualidad? ¡Anda que María García hay pocas en España!”
- “Sí, pero lo gracioso es que juega de compañera con Francisca López, que se llama igual que tu amiga Paquita.”
Paquita, que lucía espléndida del brazo de su marido, se acercó sonriente a saludar al matrimonio amigo. Ese año, el Campeonato Absoluto de Mus de España llevó nombre de mujer. Más de un clandestino año le costó a María coger el nivel que ella consideraba adecuado para jugar a la par de su marido. Lo consiguió. Su fiel amiga le acompañó todo el tiempo. Partidas con amigos de amigos, clases con expertos, quedadas, libros, internet, lo que hizo falta, no escatimó esfuerzos.
María y Paquita alzaron el trofeo de campeones. Él no pasó de la segunda ronda, pero estuvo a su lado todo el tiempo hasta el final.
Hoy se les ve jugando torneos por ahí de compañeros. ¡Son temibles!
Juntos, disfrutan como niños.

Los 7 errores (Parte III)

30 enero 2006

Os parecerá una excusa pero no lo es. Sé que sois jugadores de mus y no me vais a creer, pero había perdido la chuleta de la partida. Tuve que llamar por teléfono a Dividendo que estaba dando una conferencia en Finlandia sobre la influencia de los signos del zodíaco en el mus. Menos mal que tiene memoria de elefante y me relató al detalle la cuarta mano.
Entre que no encontraba la partida y los sponsors que quieren patrocinar el premio para el ganador del concurso, que no paran de llamar, se me ha ido el tiempo como agua entre los dedos. Lo último es un viaje de 6 días a la EEI (Estación Espacial Internacional). Estoy escuchando ofertas de los rusos y de los americanos. Mientras me decido, vamos a la partida:

Cuarta mano, los naipes caen así: Trinidad (RC54), Zaratustra (CS64), DiviD (RRC7), Conunpar (RR51)
Reparte Zaratustra. Mus visto si la mano quiere (al rey de espadas de Conunpar se le han visto las barbas).
La mano pide mus y se descarta del 5. Trinidad se descarta del 5 y del 4. Zaratustra se queda con el caballo y va a tres cartas. Dividendo tira el 7 y pide una.




Cuarta mano bis, los naipes caen así: Trinidad (RCS1), Zaratustra (RC66), DiviD (RRRC), Conunpar (RRR1).
Conunpar corta el mus y juega la grande en paso, Zaratustra dice que puede echar 2 o 3 a grande pero que por respeto a su compañero la va a dejar en paso. Entonces es Divid el que pone 3 a grande indicando que el respeto hay que tenérselo a la autoridad y en esta mesa, la única autoridad es él.
Conunpar dice que ver con las suyas es regalar piedras, salvo que Zaratustra tenga algo más firme (no ha habido posibilidad de la más mínima seña, a esta altura las cámaras de uno y otro equipo registran cualquier movimiento por mínimo que sea). Zaratustra le dice a su compañero que él en paso se la ganaba seguro, así que si encima le ofrecen dos piedras más no las va a despreciar. Total, que se ven 3 a grande.
En chica, Zaratustra envida otras 3 mirando fijamente a Trinidad, como si la cosa fuese con él. No hay consultas, no hay quiero ni revoque. La chica para C/Z.
Llegan los pares. “Esto es puro trámite, compañero”, le dice Conunpar a Zara y sale envidando 3. Saltan las alarmas, Divid contando con las tres de grande en su haber vuelve con 3 más a los pares. Zaratustra huele medias como mínimo en Divid, pero traga saliva y no abre la boca. Conunpar hace valer la mano y ordaguea a pares con tono firme.
Se detienen las rotativas, hay que analizar la noticia. La pelota está ahora en el tejado de D/T. El postre declara a su compañero que lleva tres reyes pero que la mano ha ido a una y el mus visto fue por un rey. También la mano ha cortado el mus, con lo cual los elementos tangibles indican precaución. Y estos no son jugadores de ver por intuición. Con lo cual, de mutuo acuerdo, marcha atrás a pares.
Los cuatro llevan juego. Conunpar lo deja en paso, Trini hasta el postre, Zaratustra sin seña del compa no echa y Divid pregunta: ¿Esta también es para ellos?. ¡Ni de broma!, dice Trinidad... pero para ganarme una más déjala en paso que está más segura.

D/T; ganan 3 de grande
C/Z; ganan 1 de porque no a chica, 7 de porque no a pares, 3 de pares, 5 de juego en paso, total 16
Tanteo: D/T, 26 - C/Z, 34


JUGANDO AL MUS: "El caballo"

27 enero 2006

Cuando se está de mirón no se debe hablar. Pero el novato, ante la incertidumbre de un descarte, me preguntó por lo bajito: “¿Qué hago con el caballo? ¿Lo tiro o me lo quedo?”.
No hablé, para ser fiel a mis principios. Pero hice un gesto de negación con la cabeza casi imperceptible que el novato debió interpretar como que no debía quedarse con el caballo porque lo tiró. Y yo quería decirle que no lo descartara.
Siempre me quedo con el caballo; si tengo reyes y si no los tengo. Es mejor quedarse con un caballo que ir a cuatro cartas.
Dos reyes caballo hacen ley, tres reyes caballo para morir matando, rey caballo para ver un envite a grande, dos caballos para ver otro envite a pares, tres caballos para pillar al contrario con medias de sietes y cuatro caballos... ¡qué bonitas duples!
Hay gente que se empeña en jugar con “la 31 real”. ¿No sería mejor implantar que solo y únicamente los cuatro caballos le ganen a los cuatro reyes?
Debería imponerse la estética en el mus. Son mucho más bonitos los cuatro caballos juntos que los cuatro barbas.
¡Digo yo, no sé!

Los 7 errores (Parte II)

12 enero 2006

¡Ruego me disculpen! He tardado un poco en volver porque me había quedado sin hielo para los cubatas. ¡Cómo beben estos bichos! Los del blog de al lado son hindúes y no beben. Tuve que irme 7 blogs más abajo para conseguir que me diesen unos cubitos.
Las gestiones por el premio van viento en popa, nunca mejor dicho. Tengo ofertas hasta de un crucero por el Mediterráneo con torneo de mus incluido. Pero de momento no he cerrado nada. Vamos a la partida.
Tercera mano, los naipes caen así: Trinidad (R761), Zaratustra (RRS4), DiviD (5511), Conunpar (RS74.
Reparte Zaratustra. Dividendo se da mus (¡va de pesca el Divid!). Trinidad no quita mano, tampoco tiene seña de su compañero aún. El postre pregunta: “¿qué me dices, compañero?” , Conunpar responde: “que si llevas pares lo cortes”; “¿y si no llevo?” dice Zaratustra, “pues igual un tran tran, para que no liguen más”, contesta Conunpar.
El postre corta el mus envidando tres y tres a grande y chica. Trinidad, que ya tiene seña de duples de su compañero, vuelve con tres y tres más. C/Z cierran 6 a grande y no ven la chica. Dividendo pasa a pares y Zaratustra también.
El juego, obviamente, es para C/Z.

D/T; ganan 3 de porque no a chica, 3 de duples, total 6
C/Z; ganan 6 de envite a grande y 5 de juego, total 11

Tanteo: D/T, 23 - C/Z, 18

Los 7 errores (Parte I)

09 enero 2006

Hace unos días coincidieron aquí nuestros estimados colaboradores y no tuve mejor idea que proponerles echar una partidita, para matar el gusanillo.
La verdad que no hubo que insistirles, hice sitio en el blog, quité unos enlaces y moví un poco los archivos para que cupiese una mesa. Un tapete y una baraja aparecieron como por arte de magia y sin perder tiempo tiré los reyes como manda la tradición.
Divid con Trinidad (D/T) contra Conunpar y Zaratustra (C/Z). A mi me tocó poner las copas, así lo quiso el azar.
La partida fue épica y se recordará por los siglos de los siglos. Solo describiré el primer juego completo porque se produjeron siete errores (o más) que tendréis que descubrir. Si veo que hay nivel y descubrís como mínimo 7 errores, tal vez me decida a contar más cosas de la partida.

Primera mano, los naipes caen así: Trinidad (RR64), Zaratustra (S441), DiviD (C651), Conunpar (RR71)
Mus corrido y sin señas. Es mano Conunpar que hace correr el naipe hasta Trinidad. Este lo corta y envida dos a grande que ve el postre. La chica queda en paso y a pares vuelve a envidar el mano, esta vez tres tantos. Zaratustra no ve el envite, pero su compañero si. Nadie lleva juego y el envite de cuatro a punto que hace la mano se queda sin ver.
D/T; ganan 3 de envite a pares, 1 de porque no a punto y 1 de punto, 1 de pares, total 6.
C/Z; ganan 2 de envite a grande y 1 de chica en paso, total 3
Tanteo: D/T, 6 - C/Z, 3



Segunda mano, los naipes caen así: Trinidad (RC76), Zaratustra (RR14), DiviD (1117), Conunpar (RCCS)
Reparte Trinidad. Zaratustra se da mus indicando pares al compañero, que decide quitar mano envidando dos a grande. Son vistas por el postre. La chica es envidada en tres tantos por el postre con la seña de su compañero y es vista por Zaratustra. A pares envida tres Conunpar y vuelve con otras tres Divid. El envite es cerrado en seis.
El juego queda en paso.
D/T; ganan 3 de envite a chica, 6 de envite a pares, 2 de medias, total 11
C/Z; ganan 2 de envite a grande y 2 de juego en paso, total 4
Tanteo: D/T, 17 - C/Z, 7

(Continuará…)

P.D.: Estoy gestionando con varias agencias de viajes un premio para los ganadores. Había pensado en un viaje de dos semanas al caribe, todo pagado, para el ganador, su esposa/o o novia/o, sus hijos si los tiene y los compañeritos del cole con sus padres también.
Cuando tenga el tema cerrado, lo comunicaré “oficialmente”. ¡Suerte!



¡Pásame las señas!

02 enero 2006

Daba gusto jugar al mus con el Ñande. En mi vida conocí a alguien que pasase mejor las señas que él. Era un experto, ¡no le pillaban nunca!. Para su compañero resultaba un chollo, siempre jugaba con 8 cartas. Tal vez por ser horrorosamente feo que la gente no quería ni mirarlo, pero nadie le sorprendía pasando una seña. Parecía que hubiese llegado último al reparto de caras.
Todo lo que tenía de simpático, lo tenía de feo. ¡Y cómo le gustaba jugar al mus! Apasionado como nadie por este juego. El tiempo libre que le dejaba el trabajo en el campo lo consumía jugando.
Cuando el año pasado, por Navidad, vino su primo segundo que vivía en Estados Unidos se comprobó que no llevaba muy bien lo de ser tan feo, aunque aparentaba lo contrario. El 25, después de comer en familia, se fueron los dos al bar a tomarse unas copas con los del pueblo y echar la partida. Las bromas sobre la fealdad del Ñande (le decían así por lo de ñandertal) eran recurrentes. Entonces el primo sacó el tema de los trasplantes de rostros que se hacían en América a través de técnicas de microcirugía. Como en la peli esa del Travolta y el Nicolás Cage en la que el terrorista y el poli se cambiaban las caras y no se sabía quién era uno u otro. Eso ya había dejado de ser ficción allí y este tipo de trasplantes estaban a la orden del día. Solo era cuestión de esperar a que se muriese alguien con la cara que te gustase, ir a la familia y pedirle que donara la cara para un transplante, como si fuese un riñón o cualquier otro órgano. Pero de los trámites burocráticos se encargaban las clínicas, tu solo tenías que poner la pasta y esperar a que aparezca tu cara favorita.
Entre una mano y otra, envite va, envite viene, el Ñande tomaba nota. Tanto fue así que ni bien se marchó el primo para Estados Unidos se puso manos a la obra. Vendió todo lo que pudo, pidió créditos y con algunos ahorros que tenía se fue para Nueva York. Cuando volvió al pueblo, al cabo de unos meses, no lo conocía ni su padre. Se había muerto uno que era idéntico al Brad Pitt. Para identificarse tenía que abrir la camisa y enseñar la cicatriz que le cruzaba el pecho de cuando se cayó del tractor en marcha.
La implantación de los músculos faciales no era sencilla y traía locos a los médicos. Era necesario conectar con precisión los nervios que transmiten los movimientos. El Ñande, que iba escaso de recursos económicos, manifestó que esa cuestión no le importaba demasiado. Él quería tener una cara guapa y que los del pueblo no se mofaran más. Y en cuanto a lo de ser atractivo, lo logró. Se paseaba por las calles orgulloso como un pavo real. Era de lejos el más guapo de la comarca.
El drama dio la cara, nunca mejor dicho, cuando retomó su pasión por el mus. Esa cualidad que lo identificaba y le había subido a los altares como uno de los mejores jugadores de la región se había quedado en un quirófano de Nueva York. El trabajito que le habían hecho lucía espectacularmente por fuera, pero las conexiones nerviosas no habían quedado muy bien que digamos. Cuando quería guiñar el ojo para la 31 se le salía la lengua para un lado como si tuviese tres pitos; si intentaba morderse los labios para indicar dos reyes, se le subían las cejas; al pasar medias se le cerraban los ojos como si estuviese ciego. ¡Para colmo era tan guapo, que no le quitaban ojo de encima, ni los contrarios ni los mirones! No solo le pillaban todas las señas, sino que además eran falsas.
Hoy en día continúa jugando, no ha perdido la afición por el mus... pero para pasarle la 31 al compañero tiene que sacar la lengua hacia un lado. ¡Eso sin que lo vean, claro! Lo mismo que para guiñarle el ojo a una dama.