La cena de Makelele (I)

31 marzo 2006

Esta vez fue Makelele el que vino al postre: ¡Por favor, tienes que jugar una partida conmigo el sábado!
No procedía preguntarle dónde, contra quién, por qué, para qué... nada: ¡Por supuesto Make, cuenta conmigo!
Después del “favor” que me hizo acompañándome a aquel torneo de beneficencia no podía decirle que no, ni ponerme a buscar excusas tontas. Además, es un placer jugar al mus con Makelele, siempre lo digo.
Pero no tuve que hacerle ninguna pregunta, él mismo se despachó enseguida con la información: “Es en mi pueblo, este sábado por la tarde, contra mi cuñado y su primo. Está cerca, media hora para ir, media para volver más hora y media para pelar a esos dos pollos”

Resulta que Makelele sentía una recóndita animadversión hacia su cuñado, según él fundada en la petulancia y el engreimiento que “el gordo” transmitía allí dónde y con quién estuviese. Le había ido bien con el cemento y los ladrillos, tanto que el ochenta por ciento de las naves del polígono eran suyas, tenía la mejor casa del pueblo más otras cuatro que alquilaba y la cuenta corriente no era precisamente eso; según Make era una cuenta aumentante y constante. Con todo eso se había vuelto un fanfarrón, claro. Y en el pueblo no lo tragaba nadie, salvo los tres o cuatro lechones que mamaban de su teta.
Uno de ellos era “el sinfín”, su primo, con el que iba a jugar de compañero. Lo llamaban así porque era altísimo y delgadísimo, tal como os lo digo. Makelele me lo describió de esta forma: “Es largo y fino como el pedo de una serpiente. Juega algo mejor que el gordo pero es tonto del culo. No hace nada sin consultar”. Lo tenía el gordo empleado en alguno de sus negocios y lo usaba de sumiso acompañante para jugar al mus.
La partida había surgido a consecuencia de una de las tantas agarradas que tenía Makelele con su cuñado. Porque yo esto, porque yo lo otro, porque esto no es así, porque tu no sabes, porque a mi si, porque a ti no... Todo esto hablando de generalidades y chorradas, pero cuando llegaba el tema del mus, ahí ardía Troya. Las posturas eran irreconciliables y en el ciento diez por ciento de las veces, enfrentadas.
El gordo no se cortaba un pelo y delante de medio pueblo decía que su cuñado no tenía ni idea de mus y que se lo merendaba las veces que él quería.
Hasta que el fin de semana pasado se le inflamaron las carótidas a Makelele, se le inundó el cerebro de sangre hirviendo y soltó a viva voz, en medio del bar repleto de parroquianos: “¡El sábado que viene, aquí mismo y a esta misma hora, si tienes cojones, nos jugamos una cena para todos los presentes!
El dueño del bar, que estaba de espaldas detrás de la barra pasando una bayeta por las baldas, en milésimas de segundos y como por arte de magia apareció delante de la barra, boli y libreta en mano, diciendo: “Irme dando los nombres, que haré una lista de todos los presentes para saber la cantidad de género que tengo que ir comprando”. ¡Ni lerdo, ni perezoso!. El tío estaba amarrando el negocio y dando por sentado que la cena se haría en su local, como así fue...

Los 7 errores (Parte V y última)

10 marzo 2006

37-39

Última mano. Silencio. El cigarrillo encendido de Zaratustra se consume en el cenicero. Dividendo ha abierto sus cartas en abanico y las ha vuelto a dejar boca abajo sobre la mesa. Trinidad se ha cruzado de brazos y mira a los contrarios esperando un desenlace, no ha visto sus cartas aún.
Zara se inclina sobre el tapete, mira una y otra vez el tanteo y entre el humo de la última calada le pregunta a su compañero:

¿Cómo vamos para grande?
Dos reyes – canta Conunpar.
Trinidad mira sus cartas.
La chica y los pares los tenemos seguros – sentencia Zaratustra.
Si llevan mejor grande cortarán ellos. Habrá que cortar entonces – dice Conunpar.
¡O tal vez no! – razona Zaratustra -, lo que yo llevo no puede empeorar, depende de si lo suyo
puede mejorar o está bien así. Piense que si no hay pares se define todo en la última baza.
Y un mus aumentaría la posibilidad de que lleven pares, que es lo que necesitamos.
Pero también corremos el riesgo de que mejoren a grande – añade Conunpar.
Eso es lo que tiene que valorar usted, en función de las dos cartas que acompañan a sus reyes,
compañero. – contesta Zaratustra.

Vuelve el silencio. Conunpar se quita las gafas y las empaña con su aliento. Coge un pañuelo de papel y las limpia. Se las vuelve a colocar. Mira las cartas de sus contrarios sobre la mesa y rompe el silencio.

¡MUS! – dice en voz alta.

Trinidad vuelve a mirar sus cartas con la esperanza de no ver las mismas que ha visto la primera vez. Las deja nuevamente sobre la mesa y dice:
Compañero, tiene tres oportunidades para salirse. Dígame cual de ellas es la mejor y si le
parece, levamos anclas.
¡Hummmm, deduzco que usted no tiene fuerza ni para coger los remos siquiera, ¿me
equivoco? – le comenta el Divi con media sonrisa.
No va mal encaminado, para qué le voy a engañar...
Pues visto lo visto y oído lo oído, si sus pares no son...
Yo no llevo pares – interrumpe Trinidad.

Como no hay dos sin tres, el silencio vuelve a campar. Ahora es Dividendo el centro de atención, tanto de los contrarios como de sus propios compañeros. Entrelaza los dedos de sus manos, fija la vista en Conunpar durante una docena de segundos y responde:

Pues dadas las circunstancias, eso puede ser hasta positivo. Si no opina usted lo contrario,
le diré yo cuándo querer, ¿le parece bien?
¡Que se hable la mano! – ordena Trinidad asintiendo con la cabeza.

Se llega al punto 39-39.