La cena de Makelele (Colofón)

21 mayo 2006

  • La cena se celebró, a pesar de las ausencias del Gordo y de la Alcaldesa. Ciento veinte personas en una nave del polígono del pueblo que había habilitado el dueño del bar para la ocasión. Ningún incidente reseñable, comida y bebida en abundancia y un disc-jockey que amenizó la fiesta hasta las tantas. Previamente, a los postres, alguien acercó un micrófono a Pedro para que dijese algunas palabras. Fueron pocas y concisas, exactamente seis: “Gordo, que te den por c...”

  • Los derechos que había firmado Makelele no eran tales. Un día lo abordaron dos desconocidos de aspecto muy raro que le propusieron “reeditar la historia”, o sea repetir la partida, una especie de revancha, pero organizada por ellos y con un gran despliegue de marketing, al más puro estilo americano, como si se tratara de una defensa del título mundial de los pesos pesados o algo así. Él firmó un preacuerdo y sin leerlo, porque como siempre ha dicho, “no aprendió a bailar por no recular”. El compromiso incluía la grabación y difusión de imágenes, pero no decía nada de ceder los derechos sobre la publicación de ninguna historia, sencillamente porque no había ninguna historia que ceder.

  • Unos meses más tarde, la fiscalía anticorrupción inició una investigación en el ayuntamiento por presunta malversación de fondos públicos y se encontraron, entre otras muchas irregularidades, las facturas de la cena pagadas con dinero de las arcas municipales. Al día de hoy, la Alcaldesa se encuentra en paradero desconocido y el Gordo en prisión preventiva, disfrutando de las comidas pagadas por el Estado en Alcalá-Meco.

  • Makelele hizo la compra por primera vez en un gran hipermercado y pilló una promoción de esas que dan una llave para abrir un cofre. Le tocó un crucero por el Mediterráneo para dos personas, con torneo de mus incluido.He adelantado mis vacaciones, conseguí plaza para mi mujer y los niños y zarpamos mañana. ¡Serán las vacaciones más largas de mi vida! ¡Hasta la vuelta, amigos!

La cena de Makelele (VI)

16 mayo 2006

El segundo juego fue similar al primero, dos reyes más o menos escondidos de mano por mi parte y el gordo que le obliga al Sinfín a ver un órdago con dos reyes también, pero de postre. Una rabieta infantil que se cogió después de que Makelele me mandase cortar en la mano anterior con dos pitos y se ganase seis piedras y ellos ninguna. Se levantó de la mesa como un torbellino, sin pedir permiso y sin dar explicaciones a nadie.

Se supone que fue al baño, porque a los cuatro minutos volvió y continuamos la partida. Cesaron los murmullos nuevamente y esta vez el silencio fue total, incluido el móvil de la alcaldesa que había dejado de sonar.
El 3-0 fue más reñido y reconozco que tuvimos un golpe de suerte en una jugada encontrada con duples grandes que se llevó Makelele. Hubo un par de toses provenientes del público durante este juego que no me llamaron la atención. Sí las recordé en el juego siguiente cuando se pusieron 3-1, porque se incrementaron notablemente. Sonaban detrás de Pedro o de mí y ... ¡qué casualidad!, cuando teníamos una jugada importante. El 3-2 no tardó en llegar. Acertaron siempre en no ver cuando echábamos con jugada ganadora y en vernos las contadas veces que faroleamos. Creo que Makelele no se había percatado de nada a esta altura de la partida, pero yo ya había descubierto tres individuos situados estratégicamente detrás de él que no estaban al principio, o si estaban no me había parecido que tuviesen tantos tics. Uno se alisaba el pelo con la mano de tanto en tanto, otro se frotaba la perilla, otro se cruzaba de brazos solamente cuando hablábamos de juego y siempre que mi compañero llevaba la una. No quería imaginarme lo que estaría pasando detrás de mí, pero no era cuestión de estar dándome vuelta cada tanto para comprobarlo. Así que opté por dejar las cartas sobre la mesa mirándolas rápidamente y apenas levantándolas por una esquina.
Las tres treintaiuna que ligó Pedro en el sexto juego no cundieron para nada. El cruce de brazos era lo suficientemente elocuente para que no se metiesen a juego si no la llevaban por delante de él. Pero el azar no tiene patrones y quiso que el Gordo ligase tres reyes sota de mano, al mismo tiempo que yo llevaba tres con caballo, lo cual propició que se lanzase a grande y nos diese el 4-2 que nos puso a las puertas de gloria. Volvió a levantarse el Gordo abruptamente de la mesa como la vez anterior. El Sinfín intentó hacer lo mismo, aunque más lentamente, a su estilo. Una orden tajante de su compañero se lo impidió: “Tú no te muevas de ahí, que enseguida vengo”. ¡Si la intención del largo era evacuar la vejiga o los intestinos, mal lo iba a pasar! Makelele sonreía felizmente sin ningún tipo de preocupación aparente y cambiaba impresiones con los parroquianos sobre las incidencias del juego. La alcaldesa aprovechó el intervalo y se levantó también. Le siguieron cuatro o cinco de su séquito que estaban distribuidos estratégicamente alrededor de la mesa. ¡Sí, lo habéis adivinado! Uno de ellos era el que se cruzaba de brazos.
Ensayé mil morisquetas intentando atraer la atención de mi compañero para darle a entender por señas lo que estaba pasando. ¡Fue en vano!, se le veía exultante charlando con uno y con otro y pasaba de mí. Estiré mi mano sobre la mesa, le toqué el brazo y cuando miró le dije: “Pedro, vamos un momento al baño”.
- “¡Quieto ahí!” -, me dice. “Eso trae mala suerte, aguanta que a esto no le queda más de diez minutos”.
¡Será jodido! Ahora el supersticioso era él. Y yo sin siquiera poder decirle que al menos bajase las cartas para que no se las vean los de detrás.
Volvió el Gordo y volvieron los demás, la que no volvió fue la alcaldesa. Y tampoco volvieron los reyes durante los dos siguientes juegos. El que ligó un poco fue Pedro, pero como lo tenían controlado no nos valió para nada. En menos de un cuarto de hora nos habían igualado: 4-4.
Yo ya estaba desquiciado y Makelele se había puesto serio. Era el último y decisivo juego. A fuerza de cortar, pasar y no meternos a sus envites fuimos llevando el tanteo controlado hasta ponernos 35 a 35. Lo corta el Gordo de mano y se pasa a grande. Miro mis cartas a hurtadillas y me veo solomillo. Makelele me marca dos pitos, así que la cosa estaba en los pares o el juego. Le indiqué que pasara a grande y fijé la vista en el Gordo para ver si podía sondear algo en su semblante. Pero que va, tenía el gesto de ganador que sólo te da una buena jugada, a estas alturas y de mano.
Yo también estaba tranquilo porque si su jugada eran 31, posiblemente estuviese fuera antes con mis medias y los pitos de Makelele. Mucha desgracia sería que nos quitasen una de grande o de chica.
Pero la sangre se me congeló cuando vi una cara conocida detrás del gordo. Un moreno de mediana estatura vestido con mono azul: ¡el Válvulas!. Me miraba fijamente y cuando crucé fugazmente mi mirada con la suya, noté un leve movimiento de sus dos cejas. ¿O me pareció a mí? ¡La verdad que al día de hoy no lo sé, porque no lo he vuelto a ver al hombre! No quise volver a mirarlo, bajé la vista y empecé a creerme la posibilidad de que el Gordo llevase duples, como efectivamente resultó ser. Solo soñaba con oír el dulce “pares no” de la boca del Sinfín. Y el sueño se hizo realidad. Solo había pares en la mano. Levanté mis cartas ostentosamente para que el soplón de turno le pasase mis medias al Gordo, que soltó un órdago a pares convencido de que se los iba a ver.
Ya no había dudas de que llevaba duples. Busqué con la mirada nuevamente al Válvulas, pero había desaparecido como por arte de magia. Makelele estaba desconcertado y me miraba como diciendo: “A no ser que saques un conejo de la chistera, esto está acabado”. Le sonreí, con la tranquilidad de saber que teníamos la partida ganada. Le dije que llevaba medias de reyes pero que no iba a ver. Se quedó como una estatua, eran primeras dadas pero sabía que podía confiar en mi.
El que no lo entendió fue el Gordo cuando vio que se quedó a falta de una con el porque no a pares y nosotros nos salimos con grande, chica y las tres de juego.
El ¡ooooohhhh! del público retumbó en los cuatro rincones del bar. Un fuerte puñetazo en la mesa por parte del Gordo hizo saltar los amarracos y las cartas.
Volvió a levantarse airadamente por tercera y última vez. Se retiró como llegó, sin saludar siquiera. Makelele y yo nos pusimos de pie y nos estrechamos la mano, felicitándonos mutuamente. Lo mismo hicimos recíprocamente con el Sinfín.
Comenzaron a aparecer caras conocidas entre el público: mi mujer y la madre de Makelele agitaban los brazos saludándonos. Y más al fondo, cerca de la barra y casi en puntas de pie, rebosante de felicidad y con la misma sonrisa desdentada que su hijo, el padre de Makelele nos felicitaba con un gesto elocuente.

La cena de Makelele (V)

08 mayo 2006

Detrás de ella ingresó una comitiva de ocho o diez personas, entre las cuales estaba “el Gordo”. Luego supe que era él, al principio pensé que se trababa del jefe de los guardaespaldas de la alcaldesa.
Fuera continuaba el bullicio. El cuñado de Makelele no había escatimado dinero en chucherías y se trajo hasta la puerta a un porrón de chavales con pancartas que animaban la fiesta al grito de ¡Gordo! ¡Gordo! Oe oe oe...


Si la llegada del gordo y la alcaldesa fue un verdadero circo, no menos desapercibido pasó el arribo del “Sinfín” apenas un minuto más tarde, que se había trajeado como si de una boda se tratase, seguramente inducido por su jefe y compañero.
Entre el jaleo de sus incondicionales, se agachó para no darse en la cabeza con el marco de la puerta de entrada y se dirigió directamente hacia la mesa para tomar asiento a la derecha de la alcaldesa. Obviamente, era una jugada ensayada, así el gordo se colocaba enfrente de ella.
Makelele tomó asiento entre ellos dos poniéndose de mano del gordo, por lo cual este quedaba a mi izquierda y, entre el Sinfín y yo, la alcaldesa.
No hubo el menor intento de hacer presentaciones, así que me pareció correcto estrechar la mano de la funcionaria en primer lugar, auto presentándome. La mujer me sonrió amablemente y correspondió el saludo. Luego estreché la diestra del Sinfín y cuando estiré la mano para saludar al Gordo, giró la cabeza hacia la barra haciendo señas al camarero para que se acercase. En realidad, no dejó de hablar con uno y otro de los presentes, ignorando a los que estábamos en la mesa incluida la regidora.
Makelele cogió el mazo que estaba sobre la mesa y comenzó a barajar. Luego lo partió en dos enseñando el dos de copas. Dijo 'oros' señalando al gordo y 'copas' señalándome a mí. - ¡Das tú! -, me indicó, acercándome las cartas.
- ¿A cuántas vamos? -, preguntó el Sinfín.
- A cinco juegos de cuarenta, el que llega a cinco primero gana. -, contestó el Make seca y rotundamente.

El vocerío comenzó a apagarse hasta convertirse casi en silencio. Yo comencé a mezclar. La alcaldesa hablaba por el móvil. El Sinfín ya me había dado dos patadas por debajo de la mesa y todas las miradas parecían apuntar hacia mí. ¡Valdano tendría que haber estado en mi silla para saber lo que es verdaderamente el miedo escénico! ¡Qué Bernabeu lleno ni leches!
Poco a poco me fui soltando, me fui metiendo en el precioso juego del mus, que es el mejor bálsamo contra cualquier estado de excitación. Promediando el primer juego y siendo mano, le paso seña de duples de primeras dadas a Makelele. Él me dice: “si llevas buenos pares, lo corto con mi punto”. Yo respondo: “dos cuatros te doy”.
“Entonces mus, que yo no pongo ni pares”.
El Gordo de postre no dudó en cortarlo. Cuando llegamos a pares solo teníamos él y yo, que como mandan los cánones, los dejé en paso. ¡Oh, sorpresa cuando me mete cinco! El cielo empezaba a aclararse. Dos a grande que no vimos, tres a chica que tampoco y ahora cinco. “No sé qué opinas tu, Pedro, que los conoces más... pero a mí me huele que lleva dos pitos y está echando fuerte para que no vea”, le dije a mi compañero. Yo deseando que llevara tres pitos o tres cosas de lo que sea, porque mis duples eran del montón, pero intentando hacerle creer que me gustaban mis dos cuatros. “¡Hombre, lleva dos pitos como la copa de un pino! Eso lo saben hasta los tontos esos que están metiendo bulla ahí fuera”, dijo el Makelele en alusión a los tifossi que había traído el gordo para que le jalearan. “No sé, creo que me voy a dejar engañar”, respondo siguiendo con el paripé. “Haz lo que quieras, pero si yo tuviera pares, le meto un órdago que se va a cagar”, dice Make con énfasis. La alcaldesa le regalaba una sonrisa a alguien del público, ignorando el taco de mi compañero.
“¿Tú crees?, bueno... pero voy a echar solo cinco más, por las dudas”, ya había calculado que eran las que me faltaban para salirme. Tal como dijo mi compi, se comió el quesito y cayó en la trampa con sus tres pitos. 1-0 para nosotros.
El gordo encendió un puro mientras yo barajaba para comenzar el segundo juego. El Sinfín se acomodaba el pañuelo que colgaba del bolsillo superior de su chaqueta. Makelele se hurgaba la oreja con el meñique de la mano izquierda a la vez que se reclinaba sobre su silla, señal que de momento estaba tranquilo. Y la alcaldesa no paraba de cambiar el cruce de piernas, desprendiendo una fragancia agradable de perfume caro que me estaba poniendo como una moto.