Mediocres y Relojeros

05 diciembre 2006

Un día estábamos con Zaratustra y otro amigo esperando a Pedro para echar una partida que prometía ser de las buenas.
Hablando del cielo y de la tierra consumíamos los minutos que Makelele se estaba retrasando. Desde que había vuelto del crucero aquel, ya no era el mismo. Por segunda vez tardaba en llegar para jugar una partida de mus, cosa que en su vida nunca había sucedido. El siempre decía que llegaría tarde a su boda y a los entierros y funerales de todos sus amigos, pero que a una partida de mus jamás. Pero mira por donde, la teutona que conoció en el crucero me lo estaba llevando por mal camino.

Bueno, no quiero hablar solo por lo que he oído, esperaré a que él me lo cuente para poder opinar. La cuestión que me ocupa hoy es que, hartos de esperar a que sucediese lo que al final sucedió, invitamos a jugar aquel día a un parroquiano que no conocíamos más que de vista, pero que sabíamos de su interés por nuestras partidas porque no se perdía ninguna. Cada vez que habíamos jugado allí, se acercaba tímidamente. Al principio de pié y algo alejado, para acabar sentado junto a la mesa como si fuese uno más de nosotros. Alguna vez le hemos invitado a una copa incluso. Eso sí, el buen hombre era más callado que un sepulturero, jamás una palabra o un gesto improcedente.
- ¿Qué tal amigo, le apetece acompañarnos hoy que nos ha fallado el cuarto?, le dije haciéndole señas con una mano para que se acercase.

Noté que se sorprendió un poco con la invitación, se quedó inmóvil por unos segundos en los que solo se le movían las dos bolitas negras de los ojos. Se detenían en Zara, luego en mí, pasaban a nuestro amigo y volvían a detenerse en la silla que estaba libre. Así un par de veces, hasta que reaccionó.
- La verdad que me encantaría, para qué lo voy a negar. Pero no puedo sentarme en una mesa de mus con vosotros.
- Si es por falta de tiempo, no se preocupe que será una rápida. Entre el retraso que llevamos y lo fácil que son los rivales no tardaremos mucho.
- ¡No, que va! Si tengo todo el tiempo del mundo. No es por eso... yo los he visto jugar y la verdad que soy un jugador ‘mediocre’ para el nivel vuestro.

Estaba escrito que aquella no era una tarde para jugar al mus. A Zaratustra la palabra mediocre le espoleó. Salió de su medido mutismo y echó a galopar sobre un discurso desbocado que no admitió interrupciones.

“Mire amigo, vaya por delante que yo soy un mediocre y a mucha honra. Por el tono peyorativo con el que usted se refiere a sí mismo, intuyo que no intenta ofenderme, pero no puedo evitar corregirle.
Y me voy a referir solo a la mediocridad en el mus, que para los otros ordenes de la vida tengo una extensa teoría no adecuada para exponerla aquí y ahora.
Pero, puesto que nos disponemos a jugar una partida y usted se considera un jugador de calidad media y por eso inhábil para jugar bien o contra quienes supuestamente juegan bien, le diré convencidamente, que está usted equivocado.
En ninguna otra disciplina, juego, deporte o quehacer de la vida más que en el mus, encontrará la comprobación de que esa sensación de inferioridad, de escaso mérito con la que se estigmatiza al mediocre, es tal.
Los mediocres estamos instalados en el trampolín. Solo tenemos que decidir si saltamos sobre él para impulsarnos hacia la perfección o si nos deslizamos hacia la decadencia y la regresión.
Usted, como jugador de ‘clase media’ ya debe saber que no hay dogma establecido, ni apriorismo teórico, ni ley matemática alguna que certifique la superioridad absoluta de personas sobre otras en este juego. La experiencia es un grado, obviamente. La actitud mental también es de suma importancia. Y quién duda que la aptitud, el saber desenvolverse, el discernir adecuadamente cómo jugar unos naipes en uno u otro momento, no le va en zaga.
Pero los mediocres tenemos un arma de la que carecen los ‘perfectos’ –por llamarles de alguna manera, me refiero a esos contra los que no se atreve a jugar aún-, somos más idealistas.
Ellos están anquilosados en esa bóveda de cemento que protege su sapiencia. Juegan sus partidas con la precisión de esos especialistas en arreglar las diminutas máquinas que miden el tiempo. El fin de cada lance, de cada envite, de cada quiero o no quiero, es no cometer un ‘error’. Si pierden porque el azar, los astros y el viento han estado en contra ese día, no pasa nada. Pero si pierden porque han cometido un error, es como si les quitaran puntos en su carné de ‘relojeros’.
En cambio los mediocres tenemos la imaginación, el margen de desparpajo que nos permite improvisar más que ellos, ponerles en serios aprietos y ganarles tantas veces como ellos a nosotros. La imaginación bien aplicada puede anticiparse a la experiencia.
Nosotros tendemos a evolucionar, a ser mejores. Ellos ya han llegado y están ahí esperándonos a que les paguemos unas copas. Pero para evolucionar hay que variar, así que saquémosles de sus esquemas, echémosle imaginación, envidemos cuando hay que pasar y pasemos cuando haya que envidar.
Pongámosle ilusión, eso que a ellos tanto le cuesta. Sus conductas se rigen por la verdad exacta, las nuestras por ideales, que para regir conductas vale tanto la una como lo otro.
Los ‘relojeros’ ya han recibido la instrucción para jugar al mus: despliegan las nociones que la experiencia considera más correctas.
Los ‘mediocres’ estamos recibiendo continuamente educación de aquellos que nos sugieren un “ideal” para aplicar en el momento propicio. “Córtalo de mano con 33 y juégalo como si fuesen 31”. No necesariamente un ideal tiene que ser un hecho veraz, puede ser una visión futurista, por llamarle algo. Tiene que ser una creencia, cuya fuerza radique en influir en nuestra conducta, en convencernos a nosotros mismos primero, antes que a los demás.
Los relojeros no tienen ideales, solo caminan sobre hechos concretos, solo pisan sobre tierra firme. Los mediocres volamos de vez en cuando y los desorientamos. Y si es necesario rectificamos nuestro vuelo, aterrizamos y volvemos a volar. Pero ellos ya solo pueden andar, han dejado de volar hace tiempo.”


- ¡Oye, Zara!, -le digo en cuanto se detuvo a echar un trago-, como me has mirado un par de veces, no estarás diciendo esto por m....

Hizo sonar el vaso en la mesa interrumpiéndome, miró al mediocre y le dijo:
- Venga amigo, por favor siéntese y enseñémosle a estos pollos a volar.

5 PERSONAS HAN DEJADO SU COMENTARIO AQUI:

Anónimo dijo...

Hay que ver de lo que es capaz el Zara por echar una partidita.
El discursito es de lo más florido. Digno de una tribuna en speakers’ corner.
¡Los mediocres al poder¡
Pero de eso nada. Un buen relojero sabe como poner en funcionamiento algo que no marcha. Los aprendices miran y aprenden. Como si no, van a saber que con 33 se funciona igual que con 31.
Para una vez que alguien se reconoce humildemente inferior ante un tapete, viene el Zara y le habla de las alas de Icaro. Menudo trompazo hasta la barra.
Esperemos la segunda parte, cuando por fin llegue Makelele, con su reloj a punto, para poner las cosas en su sitio.
Besitos Duque. Cuanto te quiero.
Dédalo.

Anónimo dijo...

Andaba acomodada al suelo, solo podía volar cuando este dejaba de sentirse preso de mis pies. Un día decidí dar el gran salto a la perfección, olvide quitarme el reloj, zasss justo tirarme al charco y me acuerdo de que mi reloj no esta hecho para el agua, el lotus “ideal” al carajo. Pensaba que ser mediocre era como no tener alas, y ahora resulta que los mediocres consumen red bull Cansada de mil intentos fallidos de huida de la mediocridad me he acostumbrado a “jugar al tacto” cual invidente... Tus palabras me recuerdan que llevo toda la vida aprendiendo a hacer ecuaciones y que por mas que busco no encuentro el “método eficaz del iluminado del mus”, donde me ubico, estoy perdida.
Siento la tentación de expresar la grima que me produce la mediocridad umm paso página y miro mi muñeca despoblada del abalorio que se ahogó en aquel charco, veo una marca en la piel producida por el sol del verano aparcado en la despensa junto al kilo de legumbre, dejo de mirar mi muñeca y vuelvo a pasar página, retomo con lo cotidiano... recuerdo que fue un placer conocerte y me encantaría ser pollo, umm pero con alas ehh.

Anónimo dijo...

Es imposible leerte y estarse callado, Duque.
Yo no sé si el señor Zaratustra es un invento tuyo y si la teoría del mediocre también lo es, pero me da igual. Me adhiero plenamente a ella.
Dices lo que pienso y que yo no podría expresarlo mejor. Las mejores partidas de mus para mi son las que he jugado con este tipo de jugadores.
Las más frescas y transparentes. Los "puristas" que lo saben todo me aburren, no me sorprenden, son demasiado técnicos y previsibles.
Y ya ni te digo jugar en un torneo contra ellos, para no parar de bostezar.
¡Que vivan los mediocres, los que arriesgan y provocan!
Eso es el MUS.

Anónimo dijo...

precioso

CmRn dijo...

Es cierto que un ser como yo, que mediocre para mi ya seria un buen apelativo, es cierto que con mi ignorancia he echo sudar a mas de algun maestro. Claro, que el maestro siempre es maestro.