Los 7 errores (Parte IV)

25 febrero 2006

Ya estamos en la quinta mano y la cosa se ha puesto prieta. C/Z están a falta de 6 piedras, mientras que D/T tienen la ventaja de ser mano y quizás, la última oportunidad de hacerla valer (necesitan 14 para salirse).
“Llevo pares del montón compañero, pero me los gano seguro” dice Trinidad después de pillar la imperceptible seña de duples de Divid.

Quinta mano, los naipes caen así: Trinidad (7751), Zaratustra (RR11), DiviD (RR44), Conunpar (RC64).
Reparte Conunpar.
“¡Que se hable la mano!”, ordena Divid.
Pasa la mano, pasa Zaratustra y Divid envida 2 a grande. El postre ofrece RC para ver una piedra y Zaratustra cierra sin decir más.
La chica queda en paso.
“Los pares me los juega usted, compañero” dice Trinidad pasando hasta su postre. Zaratustra envida 3 y Dividendo revoca con 4 más. Se ven 7 a pares.
El punto llega en paso hasta Conunpar. Consulta con su compañero que tiene seña de 30. “Envide 2 que hay margen y si se enfadan, ya vemos”
No se ve el envite a punto.

D/T; ganan 2 de grande, 7 de envite a pares, 1 de pares y 3 de duples, total 13
C/Z; ganan 1 de chica, 1 de porque no a punto y 1 de punto, total 3
Tanteo: D/T, 39 - C/Z, 37

Perfume de mujer

09 febrero 2006

- “¡El mus no es para ti, mujer! ¡No es tan fácil como parece!”
- “¡No digo que sea fácil, pero Paquita juega con su marido y Merche hasta se apunta al torneo de la semana grande en el club con su cuñado!”
Él jugaba mucho, en calidad y en cantidad. Una partida diaria como mínimo entre semana y el finde las que cayesen. Todos los mediodía entre lunes y viernes, comida con clientes o compañeros de trabajo y partidita de postre. Dos o tres noches en día hábil después de cenar, escapada al bar de la esquina para la partida por la copa con los amiguetes. Los sábados y domingos mini torneos con los de la peña en Pinto, desde las cuatro de la tarde y hasta acabar, a veces más de las doce de la noche. Y eso cuando no tocaba algún torneo grande, de más de setenta parejas y una semana de duración.
Ella se había consagrado a la crianza de los tres hijos con aplicación y desvelo, sin descuidar la asistencia de los detalles más importantes de la pareja. Con los críos ya no tan críos y prácticamente volando por sí mismos, sentía la necesidad de volcar la energía sobrante en agradar y compartir más cosas con su marido. Y qué mejor que implicarse ella también en algo que tanto le apasionaba a él: jugar al mus. Estaba dispuesta a aprender para poder acompañarlo, así disfrutaban juntos. En casa de sus padres siempre se había jugado al mus y su hermano mayor, que era muy paciente, la inició durante la adolescencia en los fundamentos del juego. Pero era consciente de que para jugar con su esposo tenía que aprender más, mucho más. Por eso le pidió que le enseñara.
- “El marido de Paquita no sabe jugar, no me extraña que juegue con su mujer. Y Merche juega el torneo del club porque ahí juega cualquiera, ¿no ves que es para recaudar fondos para la subcomisión de fiestas?, ¿tu has visto alguna vez a Jesús, a Chencho o a mi jugar ese torneo?”
No hacía falta insistir más. A buen entendedor, pocas palabras bastaban. No en vano le había acompañado a decenas de cenas de entrega de premios y a no menos mini vacaciones para jugar torneos en Benidorm, Santander, Sevilla o Tenerife. En esos ambientes percibió la escasa participación de la mujer. Algunas había, pero eran casos aislados. La mayoría eran hombres y para ellos jugar de vez en cuando contra alguna mujer era un mal necesario que pasaba pronto.
Pero jugar con la mujer de uno mismo, de compañero en bares, peñas, torneos, como ella pretendía, parecía impensable. A no ser, claro, que tuviese unas cualidades extraordinarias para el juego y convenciese a su marido de que estaba a su altura, o más.
Ella era de esas personas que no se entregan fácilmente ante la primera dificultad. Y esto no iba a ser una excepción. Comprendió que su condición de mujer, más que la de esposa, era un impedimento para jugar al mus junto a su marido. Estaba segura que si eso mismo se lo pedía su hijo mayor, no habría ningún inconveniente.
Algunas cosas fueron cambiando después de aquella conversación. Entre semana, cuando él bajaba al bar a echar la partida de después de cenar, ella le advertía que tal vez llegase más tarde porque iba al cine o al teatro con una amiga. Los fines de semana, mientras él apuraba los mini torneos con la peña, ella asistía a talleres. También encontró una excusa para no acompañarle a los dos últimos grandes torneos.
- “He pedido un adelanto de vacaciones para el mes que viene. Voy a participar en el Campeonato Absoluto de Mus de España. Podrías acompañarme, es en Granada y tienes muchos sitios para distraerte”.
- “Faltan tres semanas, tendré que arreglar unas cosas pero me encantaría ir”
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La amable ciudad de Granada destilaba su embrujo sobre los asistentes al Campeonato. Esa escultura del pasado de la que dicen que cuando se entra en ella ya no se puede salir, que se lleva siempre en el recuerdo.
Había mucho bullicio en el hall del hotel donde se exponían las listas con los cruces.
- “¡Mira, esta se llama como tu! ¡Qué casualidad!”
- “¿Casualidad? ¡Anda que María García hay pocas en España!”
- “Sí, pero lo gracioso es que juega de compañera con Francisca López, que se llama igual que tu amiga Paquita.”
Paquita, que lucía espléndida del brazo de su marido, se acercó sonriente a saludar al matrimonio amigo. Ese año, el Campeonato Absoluto de Mus de España llevó nombre de mujer. Más de un clandestino año le costó a María coger el nivel que ella consideraba adecuado para jugar a la par de su marido. Lo consiguió. Su fiel amiga le acompañó todo el tiempo. Partidas con amigos de amigos, clases con expertos, quedadas, libros, internet, lo que hizo falta, no escatimó esfuerzos.
María y Paquita alzaron el trofeo de campeones. Él no pasó de la segunda ronda, pero estuvo a su lado todo el tiempo hasta el final.
Hoy se les ve jugando torneos por ahí de compañeros. ¡Son temibles!
Juntos, disfrutan como niños.