La cena de Makelele (IV)

19 abril 2006

Superado el sinsabor que le produjo a Makelele la desleal actitud de su tía Remigia, nos pusimos en marcha hacia el bar decididos a enfrentarnos al Gordo y su primo, con una mezcla de resignación y optimismo.

El optimismo lo ponía él, que seguía convencido de que la partida era puro trámite, como si jugásemos contra dos novatos: “El gordo se traga todo, solo hace falta ponerle un trocito de queso y cae en la trampa las veces que quieras. Y el flaco es lo que le diga su amo, no se atreverá a contradecirle”.
La resignación corría por mi cuenta. Ya estaba metido hasta las cejas. Rogaba por dentro para que el Make tuviese razón y todo aquello fuese un simple trámite... pero algo me decía que no iba a ser así.
Cruzamos la plaza del pueblo en diagonal para acortar camino.

- ¡¡Aaayyy payooo!! Déjame que te eche la suerte, mi arma.

La gitana nos siguió un par de pasos insistiendo en leernos las manos. Con lo cagao que iba, solo me faltaba que me echara una maldición por no darle coba. La ignoramos y apuramos el paso. Entonces canturreó:

“Mi mare me lo esía:
vas a tener mushos males
si te fías de chabales
que tienen malas partías”

Cogí a Makelele del brazo y lo detuve en seco.

- ¿Has oído? Ha dicho algo de la partida
- ¡Vamos hombre! Que esta gente no tiene un pelo de tonta. Habrá oído algo en el pueblo estos días...

¡Qué pueblo ni leches! Yo no creo pero que las hay, las hay. Contra la sugestión no puedo luchar. Es como cuando alguien compra un billete de lotería delante de mí, si no consigo el mismo soy incapaz de dormir hasta que pase el sorteo (y compruebe que no ha tocado, por supuesto). Ya me veía a la gitana soltando una maldición y así no podía ir a jugar. Estaría comiéndome el coco toda la tarde. Entonces me volví hacia ella.

- Gachó, que tienes cara de preocupao... tus sacais me lo dicen... y la causa de tu doló es er dinero.
- De su doló, del mío y del de mogollón de gente, ¡no te jode con la adivina! -, oigo que suelta el Makelele a mis espaldas.

Me di la vuelta y le propiné un empujón que lo apartó un par de metros, mientras con la mirada amenazante le decía: ¡Ahora cabréala y te mato, mamón!
A continuación, le tendí la mano y la dejé hacer.

- scucha bien lo que te via disí: jasta er rabo to es toro, no güervas a este pueblo en musho tiempo, hoy te van a queré camelá pa quitate los cuartiyos, la perdisión del parné está prontita, pero tu currela que tu garlochí es grande pa está metío en la carse, muéstrales tus piños que jarán un carrí sus pinreles de dir y venir...

Como no entendía nada, no sabía si aquello era bueno o malo. Pero tampoco tenía mucho interés en entenderlo, no sea que fuese malo. Excusándome por llevar prisa, retiré mi mano poniendo un billete de 20 en la suya y me alejé con Makelele a paso ligero.

El bar era un hervidero de gente. Había que abrirse paso a empujoncitos y disculpas. A la primera de cambio perdí a Makelele de vista, todos intentaban acercarse a él y hacerle algún comentario. Por fin encontré un hueco cerca de la barra y me pude quitar la cazadora. Tenía a mi lado a un paisano vestido con un mono azul que me tendió su mano de piel curtida y uñas renegridas, como para estrechar la mía. Se la dí. “Usted es el compañero de Pedro”, me dijo. Ahí recordé que Make se llamaba Pedro. “Yo soy el Válvulas, el mecánico.” Ya tenía alguien con quién distenderme un poco. Muy simpático el hombre, me ayudó a sobrellevar el momento de soledad en medio de tanto bullicio, hablando de todo un poco menos de mus.
Vi que el bar estaba libre de mesas, excepto una con tapete y cuatro sillas en el centro del mismo. Como era de suponer, ahí jugaríamos la partida y el resto de la gente se agolparía de pié alrededor de ella. Pero me llamó la atención un sillón individual de cuero blanco que estaba colocado cerca de la mesa. “¿Y ese sillón?, ¿no pensarán poner un juez?”, pregunté al Válvulas. “No, ese es para la alcaldesa”.
No terminó de decirlo cuando noté que todo el mundo se acercaba a los cristales de la ventana a curiosear. Me puse en puntillas estirando el cuello lo máximo posible y divisé un coche de gran cilindrada con cristales oscuros que estaba aparcado en la puerta y mucha gente rodeando a una mujer que no dejaba de sonreír y saludar con la mano en alto.
Le abrieron paso inmediatamente, entró y se sentó en el sillón.


La cena de Makelele (III)

13 abril 2006

Menos mal que el “Sinfín” todo lo que tenía de tonto lo tenía de pacífico. Una vez de pie, abrió los brazos y encogió los hombros en un gesto de “yo no sé nada”. Acto seguido volvió a sentarse, tan lentamente como se había erguido. Volví a la realidad y antes de que aquello pasara a mayores, cogí a Makelele del brazo y lo arrastré hacia la puerta de salida.
Ya en la calle, de camino a su casa, le pregunté: “¿y qué piensas hacer?”.
- No te preocupes, esto es un lío mío, tú acompáñame a jugar que tendría que ocurrir un cataclismo para que estos dos nos ganen. Y si así fuese, eres mi invitado.


¡Más te vale!, pensé. Como tenga que ayudarte a pagar una cena para ochenta personas ya me veo dejando el coche en prenda al dueño del bar y volviendo a casa en el carrito de la Harley con mi mujer y los niños.
Comimos como reyes, los padres de Make se esmeraron en atendernos y vi a mi mujer contenta, cosa que me tranquilizó un poco. La madre le había organizado la tarde, con visita a la iglesia y otros sitios, así que inmediatamente después de los postres se fueron con los niños. El padre se quedó, nos puso un café y se sentó a compartirlo con nosotros. Entonces habló de la partida. Me extrañaba que no lo hubiese hecho antes, sabiendo que era un excelente jugador de mus y que estaba perfectamente enterado a qué veníamos.
- No he querido hablar de esto delante de tu madre para no preocuparla, pero buena la has montado -, le dice a su hijo.
- Eso díselo al cabrón de tu yerno.
- No digas tacos, que sabes que me molesta. El pueblo ha sido un hervidero toda la semana. Nadie hablaba de otra cosa que de la partida, allí dónde fueras. Pero la cosa se ha desmadrado, una cosa es la partida por el café y las copas y otra la locura esta de jugarse una cena para tantísima gente.
- Padre, eso ha sido un arrebato mío, lo reconozco. Me jugué una cena pa los cuatro gatos que había presentes, porque el mamonazo del “Gordo” me tenía hasta los mismísimos con sus bravatas y fanfarronerías. Pero toda esta parafernalia yo no la he montado. Ese tunante se trae algo entre manos, me lo veo venir.

Me pareció oportuno proponer una huída elegante y estaba seguro de que contaría con la aquiescencia del padre de mi compañero:
- Yo creo que es un farol para impresionarte. No existe tal lista ni habrá semejante cena. De cualquier forma, creo al igual que tu padre, que esto se ha salido de tono y lo mejor es dejarlo, buscar una excusa y aquí no ha pasado nada. Puedes ponerme a mí por delante si quieres...

Me interrumpió el padre, mostrándome la palma de su mano derecha con los dedos juntos hacia arriba, en señal de stop.
- ¡Ni lo soñéis! Está en juego el honor de los Escudero. Hay testigos de que has hecho una apuesta-, enfatizó señalando a su hijo, para luego continuar...
- Tienes que acabar lo que has empezado. No voy a poner las manos en el fuego porque lo de la cena no sea un farol, pero las apuestas que se están haciendo no son broma. ¡Y estáis 15 a 1, que lo sepáis!
- ¿15 a 1? ¿Y eso qué es? -, preguntó Makelele mientras mis pulsaciones subían a 3.200 pm.
- Eso es que por cada euro que se apuesta a favor nuestro te pagan 15 -, intervengo con el último hilo de voz que me queda.
- Bueno, al menos estamos como favoritos, ¿no? -, dice el bruto de Makelele.
- No hijo, no. Aquí todo el mundo está seguro que va a ganar el Gordo, por eso se paga tanto si ganáis vosotros. Yo me enteré por tu tía Remigia, que se ha jugado todos sus ahorros.

¡Makelele no era más ingenuo porque no tenía tiempo de entrenarse! Mientras a mi me sudaban hasta la planta de los pies por los nervios, a él se le llenaba la cara de esa sonrisa desdentada, que me daban ganas de cogerlo por el cuello...

- ¡Esa tía linda! Se va a forrar gracias a mí. Soy su sobrino preferido, ella siempre confió en mí. ¡No la voy a defraudar!
- Hijo... mira... resulta que... a ver... la tía... se lo ha jugado todo a favor del Gordo.

¡Se hará justicia!

11 abril 2006

Acabamos de recibir una orden judicial que nos autoriza a seguir publicando la historia de la cena, sin perjuicio de que continúen las investigaciones que es lo que más nos interesa. Esto debe llegar hasta el final. Resulta increíble que cosas así continúen sucediendo hoy en día en nuestra sociedad. Desde aquí abogamos por su erradicación definitiva.

Por secreto del sumario no podemos decir nada más, pero todo se sabrá. Al final se sabrá la verdad. Una vez más apelamos a vuestra comprensión y paciencia.

Disculpas

05 abril 2006

Siento comunicaros que no podré seguir con la historia. Makelele no me había informado que tenía vendidos sus derechos a una productora (que para no tener problemas legales evito mencionarla). Me ha pedido que suspenda el relato. Le han amenazado con no pagarle un duro si publicábamos una sola línea más.
Espero que lo sepáis comprender. Os pido mil disculpas.

La cena de Makelele (II)

03 abril 2006

Ya no podía echarme atrás. Le había visto el envite a grande y no podía decir que no a pares. Si hubiese esperado unos segundos a que me contara el motivo, no se yo... ¡olía que me estaba metiendo en un embolao de los gordos, nunca mejor dicho!
El viernes por la noche me acerqué al bar que frecuentamos, para ver cómo íbamos y a qué hora quedábamos para el día siguiente.
- “Voy a ir con mi esposa y los niños para que echen un rato por ahí mientras jugamos. ¿Te recojo con mi coche y te vienes a comer con nosotros? De paso nos asesoras sobre qué sitios pueden visitar, si hay algo con caballos les va a encantar.”
- “Te agradezco la invitación, pero yo me voy a ir por la mañana temprano en la Harley Davidson, que tengo que llevarle unos muebles a los viejos. Además necesita una puesta a punto y solo dejo que le meta mano “el válvulas”, él la entiende como nadie. Pero te vienes a comer a casa, que si la vieja se entera que has venido al pueblo y no te llevo a comer, me mata”


La “Harley” de Makelele era una Derby Variant del 81. Tenía más kilómetros hechos que el Fugitivo y el Correcaminos juntos. El válvulas era el mecánico del pueblo, que cada dos o tres años le hacía un remiendo a la moto para que siguiese funcionando otro tiempito y así llevaban cuarto de siglo ya.
¡Pero lo de comer en casa de sus padres! ¡A ver cómo se lo explicaba a mi mujer, que no contaba con ello y conociéndolos, yo sabía que no se los quitaría de encima en toda la tarde! El Makelele es así, igual que jugando al mus, te mete un órdago cuando menos lo esperas. El factor sorpresa lo maneja como un profesional. Este órdago de comer en su casa del pueblo lo tenía que ver, no había más remedio. Conocía a sus viejos (me los presentó una vez que vinieron a la ciudad a verle y me los encontré otras tantas paseando por el barrio) y son una gente encantadora, abierta, su casa es tu casa, no te dejan respirar con las atenciones y las deferencias que te brindan. ¡Una delicia de gente, cómo la mayoría de la gente de pueblo! ¡Si digo que no, seguro que se me aparecen todos en el restaurante mientras estoy comiendo y nos llevan en andas a su casa! Mejor evitar el numerito y decir que sí.

Mi mujer se había apuntado para ir al pueblo con los niños porque leyó en un periódico que tenía una iglesia antigua y en unas excavaciones que estaban haciendo hallaron restos de una sepultura visigoda con esqueletos y todo. No sé por qué le atraen esas cosas, si entiende de ellas tanto como yo de física quántica. Pero en estos casos es mejor acompañar la jugada, sin tocar ni averiguar nada, si no echa ella... yo tampoco: “¡Qué interesante, me hubiese gustado poder acompañarte!”.
- “¿Dónde vamos a comer? ¿Te ha hablado tu compañero de algún sitio agradable? ¡Si no, ya sabes que los niños con un McDonald’s van que chutan!
- “¿Mc Donald’s? Sí, y luego te vas de compras al Corte Inglés. ¿Pero a dónde crees que voy a jugar al mus, a Marbella? Es un pueblo, mujer. ¡Un pueblo, pueblo! Ahí lo más moderno que vas a ver son los esqueletos de los visigodos esos de la iglesia.”

Me reservé el sitio de la comida dando largas y mareando la perdiz. Era cerca y llegaríamos pronto. Una vez allí, Makelele y sus padres harían el trabajo por mi y convencerían a mi mujer. Es lo que comúnmente se denomina “política de hechos consumados”. Salió bien. Llegamos un rato antes de mediodía. Los niños absortos jugando con los perros y las gallinas y los padres de Make abduciendo a mi mujer con sus atenciones. Mi compa me apartó cogiéndome del brazo e insinuándome que teníamos que ir al bar a tomar una cervecita... “así conoces el escenario de la batalla y te vas ambientando”.
Nos escapamos al primer descuido. Caminamos dos calles y llegamos al bar. Estaba bastante concurrido, pero el murmullo cesó ni bien entramos. Creo que ni Ronaldo hubiese llamado tanto la atención como yo. Me miraban de arriba abajo como si hubiese entrado allí el mismísimo Papa.
Ordenamos un par de cañas y mientras nos servía, el dueño del bar comentó: “Espero que tu compañero trabaje en un banco”. “¿Por qué?”, preguntó Makelele. “Porque la cena va a ser cuantiosa, ¿quieres ver la lista?”
En la lista había tres veces más de la gente que podía caber en ese bar. Todo el mundo se apuntó, los que estaban ese día y los que se enteraron durante la semana por los corrillos. Incluso familias completas. Por estar, estaba hasta el hermano del “Sinfín”, que le habían dado el alta el día anterior después de llevar dos semanas ingresado. “¡me cago en todas tus muelas, jodio desgraciado! ¿esto qué cojones es?”, gritó el Makele indignado, “¡pero si está hasta la alcaldesa!”. En ese momento se me derramó media caña sobre la camisa. Hubiese querido salir corriendo, pero las piernas no me respondían. No las sentía, como Rambo. “¡Oye, que yo no se nada! A mi la lista me la pasó tu cuñado, y cada día me traía una actualizada. Espero que esta sea la última, porque no veas la de viajes a la ciudad que me he tenido que dar para actualizar el género”, se defendió el del bar.
“¡Hijo de una gran puta, se va a enterar ese gordo de mierda!”, vociferaba el Make mientras enfilaba hacia un rincón del bar donde había un tío sentado, que con las piernas estiradas ocupaba dos mesas. Era el “Sinfín”. “¡Tú, tonto el culo! ¿No habíamos quedado que era una cena para los presentes? Había doce o catorce como mucho. ¿Cómo es que ahora hay ochenta y cuatro?”, le increpó enérgicamente mi compañero.
El “Sinfín” se puso de pie lentamente. Con sus dos metros veinte de estatura le sacaba medio metro a Makelele. Yo ya no sentía ni las piernas, ni los brazos, ni las pestañas. En un segundo me imaginé la escena de un bar del oeste americano, sillas rotas, mesas patas arriba, botellazos en la cabeza y mi compañero y yo con siete costillas rotas...