La cena de Makelele (V)

08 mayo 2006

Detrás de ella ingresó una comitiva de ocho o diez personas, entre las cuales estaba “el Gordo”. Luego supe que era él, al principio pensé que se trababa del jefe de los guardaespaldas de la alcaldesa.
Fuera continuaba el bullicio. El cuñado de Makelele no había escatimado dinero en chucherías y se trajo hasta la puerta a un porrón de chavales con pancartas que animaban la fiesta al grito de ¡Gordo! ¡Gordo! Oe oe oe...


Si la llegada del gordo y la alcaldesa fue un verdadero circo, no menos desapercibido pasó el arribo del “Sinfín” apenas un minuto más tarde, que se había trajeado como si de una boda se tratase, seguramente inducido por su jefe y compañero.
Entre el jaleo de sus incondicionales, se agachó para no darse en la cabeza con el marco de la puerta de entrada y se dirigió directamente hacia la mesa para tomar asiento a la derecha de la alcaldesa. Obviamente, era una jugada ensayada, así el gordo se colocaba enfrente de ella.
Makelele tomó asiento entre ellos dos poniéndose de mano del gordo, por lo cual este quedaba a mi izquierda y, entre el Sinfín y yo, la alcaldesa.
No hubo el menor intento de hacer presentaciones, así que me pareció correcto estrechar la mano de la funcionaria en primer lugar, auto presentándome. La mujer me sonrió amablemente y correspondió el saludo. Luego estreché la diestra del Sinfín y cuando estiré la mano para saludar al Gordo, giró la cabeza hacia la barra haciendo señas al camarero para que se acercase. En realidad, no dejó de hablar con uno y otro de los presentes, ignorando a los que estábamos en la mesa incluida la regidora.
Makelele cogió el mazo que estaba sobre la mesa y comenzó a barajar. Luego lo partió en dos enseñando el dos de copas. Dijo 'oros' señalando al gordo y 'copas' señalándome a mí. - ¡Das tú! -, me indicó, acercándome las cartas.
- ¿A cuántas vamos? -, preguntó el Sinfín.
- A cinco juegos de cuarenta, el que llega a cinco primero gana. -, contestó el Make seca y rotundamente.

El vocerío comenzó a apagarse hasta convertirse casi en silencio. Yo comencé a mezclar. La alcaldesa hablaba por el móvil. El Sinfín ya me había dado dos patadas por debajo de la mesa y todas las miradas parecían apuntar hacia mí. ¡Valdano tendría que haber estado en mi silla para saber lo que es verdaderamente el miedo escénico! ¡Qué Bernabeu lleno ni leches!
Poco a poco me fui soltando, me fui metiendo en el precioso juego del mus, que es el mejor bálsamo contra cualquier estado de excitación. Promediando el primer juego y siendo mano, le paso seña de duples de primeras dadas a Makelele. Él me dice: “si llevas buenos pares, lo corto con mi punto”. Yo respondo: “dos cuatros te doy”.
“Entonces mus, que yo no pongo ni pares”.
El Gordo de postre no dudó en cortarlo. Cuando llegamos a pares solo teníamos él y yo, que como mandan los cánones, los dejé en paso. ¡Oh, sorpresa cuando me mete cinco! El cielo empezaba a aclararse. Dos a grande que no vimos, tres a chica que tampoco y ahora cinco. “No sé qué opinas tu, Pedro, que los conoces más... pero a mí me huele que lleva dos pitos y está echando fuerte para que no vea”, le dije a mi compañero. Yo deseando que llevara tres pitos o tres cosas de lo que sea, porque mis duples eran del montón, pero intentando hacerle creer que me gustaban mis dos cuatros. “¡Hombre, lleva dos pitos como la copa de un pino! Eso lo saben hasta los tontos esos que están metiendo bulla ahí fuera”, dijo el Makelele en alusión a los tifossi que había traído el gordo para que le jalearan. “No sé, creo que me voy a dejar engañar”, respondo siguiendo con el paripé. “Haz lo que quieras, pero si yo tuviera pares, le meto un órdago que se va a cagar”, dice Make con énfasis. La alcaldesa le regalaba una sonrisa a alguien del público, ignorando el taco de mi compañero.
“¿Tú crees?, bueno... pero voy a echar solo cinco más, por las dudas”, ya había calculado que eran las que me faltaban para salirme. Tal como dijo mi compi, se comió el quesito y cayó en la trampa con sus tres pitos. 1-0 para nosotros.
El gordo encendió un puro mientras yo barajaba para comenzar el segundo juego. El Sinfín se acomodaba el pañuelo que colgaba del bolsillo superior de su chaqueta. Makelele se hurgaba la oreja con el meñique de la mano izquierda a la vez que se reclinaba sobre su silla, señal que de momento estaba tranquilo. Y la alcaldesa no paraba de cambiar el cruce de piernas, desprendiendo una fragancia agradable de perfume caro que me estaba poniendo como una moto.

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Anónimo dijo...

Joer socio.... esto es más largo que un día sin pan! A ver si no nos lo dosificas tanto que de lo contrario tenemos que volver a leer la primera parte para recordar a los personajes.... aumento la apuesta a favor del Makelele!