La cena de Makelele (VI)

16 mayo 2006

El segundo juego fue similar al primero, dos reyes más o menos escondidos de mano por mi parte y el gordo que le obliga al Sinfín a ver un órdago con dos reyes también, pero de postre. Una rabieta infantil que se cogió después de que Makelele me mandase cortar en la mano anterior con dos pitos y se ganase seis piedras y ellos ninguna. Se levantó de la mesa como un torbellino, sin pedir permiso y sin dar explicaciones a nadie.

Se supone que fue al baño, porque a los cuatro minutos volvió y continuamos la partida. Cesaron los murmullos nuevamente y esta vez el silencio fue total, incluido el móvil de la alcaldesa que había dejado de sonar.
El 3-0 fue más reñido y reconozco que tuvimos un golpe de suerte en una jugada encontrada con duples grandes que se llevó Makelele. Hubo un par de toses provenientes del público durante este juego que no me llamaron la atención. Sí las recordé en el juego siguiente cuando se pusieron 3-1, porque se incrementaron notablemente. Sonaban detrás de Pedro o de mí y ... ¡qué casualidad!, cuando teníamos una jugada importante. El 3-2 no tardó en llegar. Acertaron siempre en no ver cuando echábamos con jugada ganadora y en vernos las contadas veces que faroleamos. Creo que Makelele no se había percatado de nada a esta altura de la partida, pero yo ya había descubierto tres individuos situados estratégicamente detrás de él que no estaban al principio, o si estaban no me había parecido que tuviesen tantos tics. Uno se alisaba el pelo con la mano de tanto en tanto, otro se frotaba la perilla, otro se cruzaba de brazos solamente cuando hablábamos de juego y siempre que mi compañero llevaba la una. No quería imaginarme lo que estaría pasando detrás de mí, pero no era cuestión de estar dándome vuelta cada tanto para comprobarlo. Así que opté por dejar las cartas sobre la mesa mirándolas rápidamente y apenas levantándolas por una esquina.
Las tres treintaiuna que ligó Pedro en el sexto juego no cundieron para nada. El cruce de brazos era lo suficientemente elocuente para que no se metiesen a juego si no la llevaban por delante de él. Pero el azar no tiene patrones y quiso que el Gordo ligase tres reyes sota de mano, al mismo tiempo que yo llevaba tres con caballo, lo cual propició que se lanzase a grande y nos diese el 4-2 que nos puso a las puertas de gloria. Volvió a levantarse el Gordo abruptamente de la mesa como la vez anterior. El Sinfín intentó hacer lo mismo, aunque más lentamente, a su estilo. Una orden tajante de su compañero se lo impidió: “Tú no te muevas de ahí, que enseguida vengo”. ¡Si la intención del largo era evacuar la vejiga o los intestinos, mal lo iba a pasar! Makelele sonreía felizmente sin ningún tipo de preocupación aparente y cambiaba impresiones con los parroquianos sobre las incidencias del juego. La alcaldesa aprovechó el intervalo y se levantó también. Le siguieron cuatro o cinco de su séquito que estaban distribuidos estratégicamente alrededor de la mesa. ¡Sí, lo habéis adivinado! Uno de ellos era el que se cruzaba de brazos.
Ensayé mil morisquetas intentando atraer la atención de mi compañero para darle a entender por señas lo que estaba pasando. ¡Fue en vano!, se le veía exultante charlando con uno y con otro y pasaba de mí. Estiré mi mano sobre la mesa, le toqué el brazo y cuando miró le dije: “Pedro, vamos un momento al baño”.
- “¡Quieto ahí!” -, me dice. “Eso trae mala suerte, aguanta que a esto no le queda más de diez minutos”.
¡Será jodido! Ahora el supersticioso era él. Y yo sin siquiera poder decirle que al menos bajase las cartas para que no se las vean los de detrás.
Volvió el Gordo y volvieron los demás, la que no volvió fue la alcaldesa. Y tampoco volvieron los reyes durante los dos siguientes juegos. El que ligó un poco fue Pedro, pero como lo tenían controlado no nos valió para nada. En menos de un cuarto de hora nos habían igualado: 4-4.
Yo ya estaba desquiciado y Makelele se había puesto serio. Era el último y decisivo juego. A fuerza de cortar, pasar y no meternos a sus envites fuimos llevando el tanteo controlado hasta ponernos 35 a 35. Lo corta el Gordo de mano y se pasa a grande. Miro mis cartas a hurtadillas y me veo solomillo. Makelele me marca dos pitos, así que la cosa estaba en los pares o el juego. Le indiqué que pasara a grande y fijé la vista en el Gordo para ver si podía sondear algo en su semblante. Pero que va, tenía el gesto de ganador que sólo te da una buena jugada, a estas alturas y de mano.
Yo también estaba tranquilo porque si su jugada eran 31, posiblemente estuviese fuera antes con mis medias y los pitos de Makelele. Mucha desgracia sería que nos quitasen una de grande o de chica.
Pero la sangre se me congeló cuando vi una cara conocida detrás del gordo. Un moreno de mediana estatura vestido con mono azul: ¡el Válvulas!. Me miraba fijamente y cuando crucé fugazmente mi mirada con la suya, noté un leve movimiento de sus dos cejas. ¿O me pareció a mí? ¡La verdad que al día de hoy no lo sé, porque no lo he vuelto a ver al hombre! No quise volver a mirarlo, bajé la vista y empecé a creerme la posibilidad de que el Gordo llevase duples, como efectivamente resultó ser. Solo soñaba con oír el dulce “pares no” de la boca del Sinfín. Y el sueño se hizo realidad. Solo había pares en la mano. Levanté mis cartas ostentosamente para que el soplón de turno le pasase mis medias al Gordo, que soltó un órdago a pares convencido de que se los iba a ver.
Ya no había dudas de que llevaba duples. Busqué con la mirada nuevamente al Válvulas, pero había desaparecido como por arte de magia. Makelele estaba desconcertado y me miraba como diciendo: “A no ser que saques un conejo de la chistera, esto está acabado”. Le sonreí, con la tranquilidad de saber que teníamos la partida ganada. Le dije que llevaba medias de reyes pero que no iba a ver. Se quedó como una estatua, eran primeras dadas pero sabía que podía confiar en mi.
El que no lo entendió fue el Gordo cuando vio que se quedó a falta de una con el porque no a pares y nosotros nos salimos con grande, chica y las tres de juego.
El ¡ooooohhhh! del público retumbó en los cuatro rincones del bar. Un fuerte puñetazo en la mesa por parte del Gordo hizo saltar los amarracos y las cartas.
Volvió a levantarse airadamente por tercera y última vez. Se retiró como llegó, sin saludar siquiera. Makelele y yo nos pusimos de pie y nos estrechamos la mano, felicitándonos mutuamente. Lo mismo hicimos recíprocamente con el Sinfín.
Comenzaron a aparecer caras conocidas entre el público: mi mujer y la madre de Makelele agitaban los brazos saludándonos. Y más al fondo, cerca de la barra y casi en puntas de pie, rebosante de felicidad y con la misma sonrisa desdentada que su hijo, el padre de Makelele nos felicitaba con un gesto elocuente.

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Anónimo dijo...

Nos has dejado casi sin saber que decir. Todos apostábamos por el Makelele, pero fue necesaria la presencia del arcángel San Gabriel para que ganarais la partida. Solomillo contra duples y la aparición del “válvulas”. Claro que los otros tambien iban bien asesorados.
Lo que no esta ni medianamente bien es la desaparición de la alcaldesa. Yo creí que iba a besuquear a los ganadores o como poco invitarles a que volvieran para una revancha, por eso de la promoción turística y tal. Pero nada. Se ve que no ha llegado la modernidad al pueblo del Make.